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Autor Tema: La tentación muere en el estanque vestida de morado  (Leído 4418 veces)
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Ricard Monforte
Dirección Literaria
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Mensajes: 1251



« : Enero 06, 2009, 12:15:22 »

Cuenta la leyenda que en un lugar de Inglaterra, en su vasta historia de latidos ancestrales, los lotos son sabios, y muy blancos, de lino venturoso, cambian a color morado, al intuir traiciones cerca del estanque donde posan sus espíritus. Tanto es así que lady Camille, mujer de clara conciencia y alta condición social, vivía en la Inglaterra victoriana en una mansión donde Flora caprichosa dió forma a la belleza en su pasión aquiesciente con las rosas. Aún se percibe su brisa en el corredor acristalado que da a las escaleras de un mármol altivo y distante, escalinata donde los retratos de sus antepasados nos miran con ilustre lentitud.  Esta dama sólo se conmovía por las risas bulliciosas de las mujeres que habitan la casona, su perfume iba a enredarse a los serenos tilos, donde cada día, a su rubia sombra, disfrutaban del té en un ritual casi sagrado.
 Lady Camille era una mujer de hondos secretos, poco tiempo atrás, la presentaron en sociedad, en uno de los salones átavicos de la casa; no mostró jamás el menor rasgo de frivolidad,  su brillantez, la hacía merecedora de todas las miradas de la corte.Y, sin embargo su carácter se volvía meditabundo y huidizo y era poseída por una extraña maldición.
Este hecho, que no pasó desapercibido a sus hermanas,  acrecentaba su fuerza en noches de luna llena, cuando el sudor de los narcisos se hace irrespirable en aquel largo y cálido verano.
Un antiguo misterio se preñó en sus entrañas, envuelto en la placenta del pesar, convirtiéndola en un ser frío y oscuro.En un resplandor fijo, interminable, deja caer su melancolía en el estanque de los lotos, donde se iba a refugiar cada vez que le era imposible conciliar el sueño. Una de esas noches, cuando las luces van a dormir al  collar violeta del último crepúsculo, y reinaban las tinieblas, el tiempo se arruga sobre su rostro, pálido y trémulo, en el azul de sus pupilas, y se pudo ver la silueta de un caballero vestido de terciopelo y capa negra azabache que brillaba en la oscuridad.
No había salido  de sus sueños, era Lord Chartell, descendiente del rey Arturo y su prometido, el cual, sintiendo la tristeza de su amada, fue en su busqueda atravesando los muros del jardín. La deseó con una violenta insolencia, los dos amantes se fundieron en un abrazo ancho, como los acrecentados ríos de Babilonia. El gorjeo de la alondra les envió una mirada suplicante y Lady Camille fue recorrida por un intenso escalofrío, trayéndole a la mente el pacto de la vieja profecía. Su abrazo era un enigma que no sabía descifrar, no contaba con el oráculo que la salvase. Su padre, el día de su bautizo en el patio de los olivos, los que elevan sus plegarias a los dioses, con sus ramas extendidas hacia el cielo,  la encomendó a las esferas celestes como tributo, no había de quebrantar tal alianza.
Era necesario que ingresara en la solitaria celda de un convento, situado en la cima de la colina, donde los dioses van a jugar con sus doncellas, a sembrar lilas en las tumbas de sus madres, entre las perfumadas hierbas, allí salvaría el honor que las altas estrellas quisieron arrebatar a su anciano padre, de largas barbas muy blancas y ojos rojizos, espejo del llanto incendiado por sus lágrimas al comprometer la felicidad de su hija.
Este pacto equilibraba el orden.
Hubo de renunciar a su amor, en esta víspera que no será la última de todas las batallas de los dioses, donde expían las tentaciones y pecados de los mortales en un fragor idéntico al del trueno.
Desde entonces, se dice que en el estanque de La Mansión de los Tilos, los lotos cambian el color de sus pétalos a morado cuando, en el otear del horizonte, hace su presencia vestida de terciopelo negro, la traición.
 
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La luz usada deja
polvo de mariposa entre los dedos.

Jaime Gil de Biedma
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