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Ricard. In memoriam, 7 de agosto de 2009.
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Autor Tema: Junio 2018  (Leído 15313 veces)
0 Usuarios y 1 Visitante están viendo este tema.
María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #15 : Junio 23, 2018, 03:00:17 »

La esperanza
 
Catorce versos van buscando puente
como volada alegre de paloma,
dulzura en tu sonrisa que los toma
alegre, como beso complaciente.
 
Soneto que una rosa dulcemente
canción de amor dejando va en su aroma
mientras entre tus labios gozo asoma
en trovar de caricia deferente.
 
Mis labios que su sed calmó tu celo
anidan en el mimo cariñoso,
traslúcido, triunfante del reproche.
 
Un amor seduciéndose en tu cielo
y un corazón amando revoltoso
a los catorce versos ponen broche.
 
                                           Nαrdy
26-06-05
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #16 : Junio 23, 2018, 03:01:44 »

   MªAntonia
La tentación muere en el estanque vestida de morado

Cuenta la leyenda que en un lugar de Inglaterra, en su vasta historia de latidos ancestrales, los lotos son sabios, y muy blancos, de lino venturoso, cambian a color morado, al intuir traiciones cerca del estanque donde posan sus espíritus. Tanto es así que lady Camille, mujer de clara conciencia y alta condición social, vivía en la Inglaterra victoriana en una mansión donde Flora caprichosa dió forma a la belleza en su pasión aquiesciente con las rosas. Aún se percibe su brisa en el corredor acristalado que da a las escaleras de un mármol altivo y distante, escalinata donde los retratos de sus antepasados nos miran con ilustre lentitud.  Esta dama sólo se conmovía por las risas bulliciosas de las mujeres que habitan la casona, su perfume iba a enredarse a los serenos tilos, donde cada día, a su rubia sombra, disfrutaban del té en un ritual casi sagrado.
 Lady Camille era una mujer de hondos secretos, poco tiempo atrás, la presentaron en sociedad, en uno de los salones átavicos de la casa; no mostró jamás el menor rasgo de frivolidad,  su brillantez, la hacía merecedora de todas las miradas de la corte.Y, sin embargo su carácter se volvía meditabundo y huidizo y era poseída por una extraña maldición.
Este hecho, que no pasó desapercibido a sus hermanas,  acrecentaba su fuerza en noches de luna llena, cuando el sudor de los narcisos se hace irrespirable en aquel largo y cálido verano.
Un antiguo misterio se preñó en sus entrañas, envuelto en la placenta del pesar, convirtiéndola en un ser frío y oscuro.En un resplandor fijo, interminable, deja caer su melancolía en el estanque de los lotos, donde se iba a refugiar cada vez que le era imposible conciliar el sueño. Una de esas noches, cuando las luces van a dormir al  collar violeta del último crepúsculo, y reinaban las tinieblas, el tiempo se arruga sobre su rostro, pálido y trémulo, en el azul de sus pupilas, y se pudo ver la silueta de un caballero vestido de terciopelo y capa negra azabache que brillaba en la oscuridad.
No había salido  de sus sueños, era Lord Chartell, descendiente del rey Arturo y su prometido, el cual, sintiendo la tristeza de su amada, fue en su busqueda atravesando los muros del jardín. La deseó con una violenta insolencia, los dos amantes se fundieron en un abrazo ancho, como los acrecentados ríos de Babilonia. El gorjeo de la alondra les envió una mirada suplicante y Lady Camille fue recorrida por un intenso escalofrío, trayéndole a la mente el pacto de la vieja profecía. Su abrazo era un enigma que no sabía descifrar, no contaba con el oráculo que la salvase. Su padre, el día de su bautizo en el patio de los olivos, los que elevan sus plegarias a los dioses, con sus ramas extendidas hacia el cielo,  la encomendó a las esferas celestes como tributo, no había de quebrantar tal alianza.
Era necesario que ingresara en la solitaria celda de un convento, situado en la cima de la colina, donde los dioses van a jugar con sus doncellas, a sembrar lilas en las tumbas de sus madres, entre las perfumadas hierbas, allí salvaría el honor que las altas estrellas quisieron arrebatar a su anciano padre, de largas barbas muy blancas y ojos rojizos, espejo del llanto incendiado por sus lágrimas al comprometer la felicidad de su hija.
Este pacto equilibraba el orden.
Hubo de renunciar a su amor, en esta víspera que no será la última de todas las batallas de los dioses, donde expían las tentaciones y pecados de los mortales en un fragor idéntico al del trueno.
Desde entonces, se dice que en el estanque de La Mansión de los Tilos, los lotos cambian el color de sus pétalos a morado cuando, en el otear del horizonte, hace su presencia vestida de terciopelo negro, la traición.

 
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #17 : Junio 23, 2018, 03:02:29 »

CELESTIAL TESORO


Dulce tormento
de mi vida bohemia,
vienes de un cuento
en carruaje de viento.
¡El destino me premia!

Agradezco a mi Dios
por la dicha de dos.

Llenas mi mundo
con tu magia bendita
y amor profundo
en tan sólo un segundo,
tú, mi musa exquisita.

En tus labios divinos
las palabras son trinos.

Es tu hermosura
primavera acendrada
do la ternura
desde entonces perdura
con su esencia aromada.

O, celestial tesoro,
¿sabes cuánto te adoro?


Raúl Valdez

10/03/2013
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #18 : Junio 23, 2018, 03:03:41 »

Alpha_Centaury

   
   
Napoleón

Aquel temprano día de octubre, mi ánimo emulaba las oscilaciones del  tiempo. Nada me provocaba una sonrisa. Nada despertaba mi llanto. Nada era capaz de arrancarme a escribir y yo, sin mi arte, no soy yo. Decidí llamar a un amigo con quien comparto esta extraña afición; era el único en mi entorno que podría comprenderla. Su veredicto fue implacable: “Enamórate. Ya. De quien sea”. Hallé sentido a su consejo, aunque jamás me había propuesto enamorarme a voluntad para dar fuego a mis letras. Siempre ha de haber una primera vez para todo, dicen.

Me acicalé, tal y como lo haría si me aguardara una cita importante con la vida. Dediqué horas de esfuerzo a estar perfecta; tenacidad indicativa de mi desesperación.

Cuando el espejo me concedió su bendición, salí a la calle… sin rumbo.

Las calles aquel día parecían estar en especial habitadas por hombres. Hombres que trabajan, corren en chándal – como si huyeran de su sombra-, sacan el perro a pasear, compran… e insultan, resguardados en la intimidad del habitáculo de sus vehículos. Pero ¿quién nació para ser el muso de mis poemas? Todos se me antojaban tan cotidianos, tan vulgares, tan… en fin, tan poco inspiradores, que no merecían mi atención.

La situación dio un giro de 180º cuando le vi. Era un chico de aspecto quijotesco, joven, algo más alto de lo deseable, flaco, de ojeras profundas y aspecto descuidado. Su mirada indicaba que su alma escondía un tesoro de rebeldía; sus manos hablaban de conspiraciones y sus cejas de terribles tormentas. Estaba en el parque, haciendo aspavientos, rodeado por niños que le contemplaban embobados.

Era un cuenta- cuentos contratado por el Ayuntamiento en pleno intento oficial de fomentar la imaginación y el arte en las nuevas generaciones.

Cuando acabó de contar la historia a los chiquillos, me permití acercarme a él para felicitarle por su expresividad, buen hacer y por la valentía que DEMOSTRABA al intentar subsistir con un trabajo así…

- El secreto es muy sencillo- confesó- se trata de convencerte de la existencia de algo maravilloso en ti. Yo, por ejemplo (y no te rías, por favor) he decidido convencerme de que soy Napoleón-.

Y, al pronunciar el nombre de Napoleón, quiso sorprenderme con el típico gesto napoleónico de ocultación de mancha en la chaqueta, acompasándolo con un rictus tenso en el rostro y un envaramiento generalizado de su espalda.

No pude evitar reírme. Él sonrió.

- Te falla la ornamentación – le chinché. También HABRÍA podido decirle que le faltaba ser gordito, bajo y cabezón, pero sentí piedad hacia su desgraciado ídolo.

- No me has entendido. Yo no he dicho que quiera parecerme a Napoleón. He dicho que voy a ser Napoleón, que ya lo era, que lo soy.

No quise profundizar más en el asunto, señal clara de que había logrado mi objetivo: enamorarme. Ya se sabe que el amor es ciego. Deliberadamente se niega a detener su atención en cualquier aspecto de la realidad que entre en discusión con sus deseos.

El noviazgo no se hizo esperar demasiado. Quitando esa pequeña excentricidad, era un muchacho normal, aficionado al cine español, al rock y a salir de farra con los amigos. No caía en hábitos excesivamente insanos, cumplía con responsabilidad las exigencias de su oficio y toleraba con paciencia las malas rachas económicas.

No era una excentricidad que se notara demasiado. Sólo se revelaba en cosas puntuales. Lucía en su dormitorio un póster de la isla de Córcega; tenía instalados en su ordenador varios juegos referentes a estrategia militar; en sus salidas ineludiblemente degustaba brandy Napoleón; se burlaba de su hermano, más aficionado al alcohol que él, apodándole “Pepe Botella”; y, cuando se le cruzaban más los cables, me escribía alguna carta de amor llamándome “Josefina”.

Yo me decía que hay un sinfín de cosas peores que hubiera podido ser y no era: político, ex presidiario, drogadicto, sádico, legionario, aficionado a las revistas pornográficas, opusdeísta, policía, enfermo, hijo único, pendón… y que el afán por manifestar una identidad que no era la suya también se da en esas ingentes cantidades de personas que usan día a día Internet para comunicarse entre ellos. Parecía, más que un mal personal, una enfermedad social. Al fin y al cabo, él no usaba su identidad “napoleónica” para engañar a nadie o para seducir, sino para infundirse fuerzas e inspirarse, para superar con valentía las dificultades. Claro, llegada a este punto, acababa aplaudiéndole y enamorándome más de él todavía por sus defectos. Típico en hembras.

Normal que acabáramos casados dos años después, el 9 de marzo del 2008. La luna de miel fue, como suponéis, en París.

Ese mismo año se matriculó en la Escuela de Idiomas para aprender francés. Mostró tal interés que en año y medio podía desenvolverse en Francia sin grandes problemas. Los viajes a Francia se multiplicaron.

Yo no me quejaba, ya que el país de la Torre Eiffel y el Sena es muy digno de recibir visitas, pero comenzaba a fastidiarme su obsesión. Una tenía ganas de conocer otros lugares y, francamente, si tanto viajábamos era porque yo aportaba mi sueldo y nos apretábamos durante meses el cinturón con idea de ahorrar… pero cedía porque ¿es ese motivo de iniciar una pelea? En lo demás me tenía contenta, muy contenta… y en todos los manuales de autoayuda sentimental, los expertos afirman que no se puede pedir a la pareja que cambie; si no se la acepta como es, es preferible cambiar de pareja, lo que quedaba a años luz de mis planes de futuro.

Hubo una ocasión en la que, algo hastiada, comenté: “Cariño, deja ya a Napoleón, él en el fondo sólo deseaba ser Julio César y éste sólo quería ser Alejandro Magno, que, a su vez, sólo quería haber figurado en La Ilíada. Dedícate a ser tú mismo”.

Él me dirigió una mirada glacial. Yo temblé. Desde aquel momento algo quedó dañado entre nosotros.

Un día llegó a casa con una sorpresa. Traía dos documentos nacionales de identidad, uno con su foto y otro con la mía. En el suyo se leía “Napoleón Bonaparte” y en el mío “Josefina Bonaparte”. Al principio creí que sería algún artículo de broma que habría encargado por ahí, mas no tardé en averiguar que había acudido primero al Registro y luego a Comisaría para “actualizar” de esa forma nuestros datos.

Como no soy tonta (o eso creo) y a duras penas asimilaba lo que estaba viendo, me presenté en ambas entidades a pedir explicaciones. En el Registro supe que nuestros apellidos seguían siendo los mismos de siempre, sólo habían cambiado nuestros nombres. Me dijeron que dudaron seriamente de la salud mental de mi marido pero, armado con su propia libertad legal y un poder notarial que le firmé, obedecieron a su insólita petición. “Hay gente para todo, ya lo sabe”- se excusaron- “acuérdese de que la religión jedi consta como religión desde el momento en que estadísticamente tiene adeptos, y los tiene. Con tanto "excéntrico" que hay suelto no mosquea que alguien quiera ser Napoleón y llamar a su señora Josefina”. Refrené las ganas de propinarle una colleja, pero fui incapaz de reprimirlas en Comisaría cuando supe que los policías, divertidísimos, llegaron a entregarle dos DNI de “mentirijilla” para que “Napoleón” fuera haciendo gala de ellos por toda España y el extranjero. Abofeteé al que me lo dijo y cabe señalar que el muy estúpido no se atrevió a quejarse.

Cuando llegué a casa, lloré, desesperada. Mi pobre y adorado marido necesitaba urgentemente tratamiento psiquiátrico. ¿Cómo iba a convencerle? Y si la cosa seguía igual o empeoraba ¿Cómo dejarle? ¿Con qué conciencia se abandona a la persona que quieres si ésta es azotada por el cruel látigo de la enfermedad mental?

Mi mente, incapaz de solucionar el dilema, hizo “crack”. Decidí ayudarle a dejar el mundo tal y como él, en el fondo, deseaba. Cuando, cansado, se tumbó en la cama y me pidió un vaso de agua, se lo llevé y me encerré con él, diciéndole “Bebe, Napoleón, ya estás en Santa Elena”. Él me miró sonriendo y bebió, convencido, como yo esperaba, de que venía a vengarme de parte de la coalición antimonárquica y que aquel vaso contenía arsénico. Falleció en el acto.

Lo siguiente que recuerdo son las blancas paredes de la clínica y los fragmentos de la noticia de la hoja de periódico que encontré, casualmente, en el suelo… “la asesina, J.B.H, considerada por sus vecinos como una mujer sensata y aficionada desde su juventud a la escritura, envenenó a su marido N.B.G, conocido cuenta- cuentos de nuestra localidad, a raíz de que una broma de su marido despertara un duro trastorno de la personalidad que ella, sin saberlo, sufría desde su nacimiento”.

Espero que escribir mi versión de los hechos me sirva de terapia.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #19 : Junio 23, 2018, 03:04:41 »

Erial

   
   
La espera


No siempre, al mirar por la ventana, pretendo abarcarte,   
en ocasiones busco tu pupila en mí.                                   
Difundo  un  goteo de cuentas  a tus pasos.                   

Aciagas  señales,  no desvíes mi antojo       
y, sin armadura, decidas  obtener  tu destino.
Acudes, ciego, al  sepulcro donde moras.

De las meigas que te prenden, una aguarda a  tu puerta,   
yo, para  ti, continúo remozando la piel. 
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #20 : Junio 23, 2018, 03:05:50 »

Calla el silencio

Calla el silencio, observa
desde rincones calmos.
Las sombras de soberbia

humillan  la  ternura.
La oprime la frialdad,
ritmo de voces mudas

del corazón. Se quiebran
los senderos amados
en jardines de piedras.

 LILIANA VALIDO
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #21 : Junio 23, 2018, 03:06:46 »

Dage
   
Caballero de leyenda


Yo soy el caballero de leyenda,
famoso en su victoria ante el dragón,
con quien temen los hombres la contienda
y conquista a la dama el corazón.

Guardo al rey su buen nombre y gran hacienda             
pues sirvo con humilde sumisión;
encuentro una aventura en cada senda
y busco en la hidalguía salvación.

Mas temo a la amistad como al demonio;
honrado compañero, por altruismo,
¡no quieras apartarme del engaño!

Prefiero mantener mi patrimonio
de fútil entelequia, a tu espejismo:
¡malvivir cada día y cada año!
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #22 : Junio 23, 2018, 03:07:51 »

Mac de la Torre

El no Poeta

Pertinaz e infame hado
yo resisto tu señuelo,
¡arruina ya  mi desvelo!
Ojos en surco tostado.

Sintiéndome ruin bagazo
confina mi juicio al diestro,
si no conozco maestro,
de sabias letras ni trazo.

Como navío varado
soles conté con recelo,
cogí la pluma del suelo
en tregua con el tarado.

Arrogante, afloja el mazo,
raspa mi rostro siniestro,
tan rico convite vuestro
naciente de un novel lazo.

El guardián sutil y osado
me mostró radiante al cielo,
mira al frente con anhelo,
concluirás  roto y cansado.

Frunció la tinta un abrazo
esclava de lo que muestro,
terminé con mi secuestro;
oda libre en mi regazo.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #23 : Junio 23, 2018, 03:09:27 »

altabix

   
   
Sombra inoportuna

Texto en homenaje al Profesor Ricard Monforte.

-¿Vives?
-Amando;  que es como caminar cuesta arriba  sonriéndole al camino.
-¿Te importa el silencio?
-Hay un mar de voces y  miradas que me acompañan.
Sólo temo la quietud de los relojes,  tengo prisa pero no por mí, sino por la  tarea inacabada.
-Si no te llevo ahora no te llevaré, no puedo esperar a que descanses; me dices, espera un poco que termine esto y cuando me descuido, otra labor te ocupa.
-Déjalo ya.
-Cesa tú y dame la mano. A otros me he llevado que ni siquiera han sido conscientes de que han vivido.
-Quizá por eso me hiere tu presencia.
-Ven, mi mano es cálida y mi sombra acogedora y serena.
-Apuesto por el sol, la luz, los vientos,  la piel humana, la voz amada y las pasiones, el olor y los sabores.
-No sé de qué me hablas.
-De la vida, de la plenitud de la existencia apasionada.
-Sigo sin saber;  mas no me importa, también yo tengo un trabajo pendiente.
-Sombra inoportuna.  Te encuentro decidida e inflexible. Qué prisas te han entrado.
-Ven, ellos te amarán a través del recuerdo.
-Ellos a quienes amo. Mi cuerpo quizá te llame,  pero mi alma está sobrada de vida, de amor y de canto. ¿Tiene que ser ahora?
-Tiene que serlo
-No extiendas aún tu mano. ¿Qué siento?
-Son mis brazos rodeándote,  todo ha terminado.
-¿Qué siento?.
-El amor de quienes dejas, que trasciende los espacios persiguiéndote.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #24 : Junio 23, 2018, 03:10:38 »

Para el e-book de Chamuyeros 2010.

Baila con la tierra.
El compás del aire cubre su interés.
Por viso, la brisa
adorna la ruta con halos sinuosos.
Color puro, ágil.

Corrientes felices. Riachuelos vivaces.
Quejumbre en la boca, penosos plañidos.
Carámbanos dóciles.
Oscilan susurros
en las centenarias rejas del balcón .

Y parte el otoño. Circulan, en paz,
las nieves, los lagos de niebla y de luz.
Engullen la fobia y crepitan ascuas
por el surco horrible del abismo fútil.

El viento la acuna.
Le ciñe, sutil,
el cinto, tan fuerte, su ansia, tan débil.
Gira, trota y rompe en tenaz empuje
el talle del prado
fiel, redondo, inmóvil.


Danza, luz inútil, horno de la mente
de un ser que restringe
la vida, el espíritu.
En un rayo fósil, situó el humus,
volcanes de piedras, torpes sirimiris,
turbas misteriosas.
Paraísos ciegos.


La música extraña,
sigilo inmortal.

Corregido en el foro Metáforas de Diana Gioia.
(c) María Teresa Aláez García. Mayte Aláez. Mtiag.Pernelle.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #25 : Junio 23, 2018, 03:12:00 »

Candela Martí
   
   

SU PRESENCIA

Olvido que me niegas, insolente,
y me postras, sin pausa, en la tortura
del constante recuerdo. Cruel hondura
en el alma, afligida y penitente.

No hay razón que acalle la agonía,
pues mil voces de besos invocados
azuzan la memoria. Demasiados
susurros me conmueven, día a día.

Cuando arribe, implacable, la inconsciencia,
en el oscuro pozo de la nada
se perderán, exhaustos, los momentos.

Mas, sentiré en mi linfa su presencia,
señora de mi albur y sentimientos,
hallándome la muerte en su ensenada.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #26 : Junio 23, 2018, 03:13:08 »

cielo claro
   
ABISMOS

Por los abismos del alba me curto
sin curvar mi intuición,
absorta no revivo las veredas
presumo de fisuras, sin remiendos,
así de mi labranza, acallo la semilla
dispersa por la loma de mi pórtico.


 (Freya)
Mayo 10, 2012
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #27 : Junio 23, 2018, 03:14:27 »

    
Miguel

No debí dejar que se fuera del pueblo. Ella estaba empeñada en irse a curar, pero yo no quería. Cuando se subió al camión vi que se persignó tres veces, como era su costumbre, y se despidió de mí con la mano. Pensé en subirme con ella pero estaba bien lleno de gente. El camión se dio la vuelta y, cada vez que avanzaba, se iba haciendo más chiquito y más chiquito hasta que se confundió con la polvareda que se levantaba por la tierra seca. De pronto, la carretera se quedó sola, no había nada, ni siquiera el polvo que había levantado el camión. Estaba tranquilo, sólo se oía pasar el agua del arroyo que nunca estaba quieta. Una iguana salió a tomar el sol que calentaba las piedras. Entonces me fui pa la casa. Se me escurrieron las lágrimas, pero me las limpié con el pañuelo antes de que alguien me viera. Yo no quería que se fuera a curar y menos a la capital, dicen que es bien peligrosa, que está llena de rateros. Además, ¿qué tal si no aguantaba la operación? Doña Refugio, la esposa de Joaquín el de las naranjas, de tan vieja que estaba ya no despertó. Los doctores dijeron que había sido la presión, pero yo sé que fue de pura congoja. ¿Qué tal si a mi mujer le pasaba lo mismo? Aún recuerdo la noche antes de que se fuera. El cuarto estaba envuelto en una negrura espesa, no podía ver nada a través del mosquitero. Nomás oía los grillos que chillaban entre las tejas y los aullidos de los coyotes en el cerro.

―Ay, Miguel. Tú no sabes de estos dolores que a mí me dan. Tal vez pienses que yo ando como si nada, pero a mí me duele harto la panza, como si tuviera un nudo que me retuercen y me retuercen hasta que me tumba el dolor. El médico dijo que la operación era la única manera de que se me quitaran.
―Bueno, pues, me voy contigo entonces.
― ¿Y quién va a cuidar las vacas, darles el alimento, llevarlas y traerlas del potrero? Acuérdate que La Pinta está preñada. Aquí la gente apenas tiene tiempo de acabar sus quehaceres. Nadie va a querer aceptar otro trabajo por pura caridad y nosotros no tenemos dinero.
― ¿Y si te pasa algo?
― No seas necio, Miguel. No me va a pasar nada. Susana va a estar esperándome en la terminal. Y de ahí nos vamos a ir derechito al hospital. Tú no tienes de qué preocuparte.
―Pero, vieja, ¿cómo voy a comer?
―Te voy a dejar hartos calditos pa que nomás los calientes, o te vas allá,  a comer con la comadre Lola, ella nunca nos niega nada. De hambre no te mueres.
―No me dejes, Lupe.
―Ya duérmete mejor. Si me sigues desvelando mañana no podré recordar temprano.

     Estuvo dando vueltas en la cama hasta que le pasé el brazo encima y se quedó dormida. Mi mujer era así. Con tantito que me le arrimara en la cama, se hacía de lado para que yo la abrazara mejor y pusiera mi pierna sobre la de ella. Aunque no me dijera nada, yo sabía que le gustaba que la abrazara, sentir mi calor  y mi cuerpo pegado al de ella. Por eso, estando dormida, luego luego se acomodaba a mis brazos. A veces de día, cuando la quería abrazar, me quitaba “¡Aplácate, Miguel! ¿Qué no ves que estoy haciendo el quehacer?”, me decía. Y yo me iba a desgranar el máiz o hacer otra cosa, pero dentro yo sabía que le gustaba tanto como a mí.

     No podía decirle nada, estaba convencida. Además yo había visto cómo le daban los dolores, cómo gritaba, ni caminar podía la pobre. En esos tiempos, cuando le agarraban los cólicos, yo hacía todo el quehacer pa que no se cansara, le hacía sus tecitos, le daba de comer a las gallinas. Pero de nada sirvieron tantos cuidados. De todos modos se murió. La enterramos junto a su padre, don Ezequiel. Susana no se ha vuelto a parar por aquí desde el entierro, su madre era la única razón por la que a veces nos visitaba. Nunca me perdonó aquel malentendido. Yo ni sabía que el tal Juan andaba por esos rumbos cuando andaba cazando al coyote que se comía las gallinas.  De seguro fue obra del Diablo, porque la bala le atravesó en el meritito centro de la frente. No me caía nada de bien, tenía la sangre pesada, pero era buen muchacho. Por eso Susana se fue con su tía Remedios a la capital. Ella, solita, vino. Mis otros hijos se fueron muriendo de uno por uno. Dos, cuando apenas eran unas crías, murieron de tifoidea, a otro lo mataron sin decirnos siquiera porqué y los demás se fueron pa el norte y se quedaron en el río. Quizá así está mejor. Que no venga. ¿Pa qué quiero que me vea así de viejo? Le voy a dar lástima con estos cueros que me cargo. Mejor me muero solo, sin dar lástima a nadie.

     El rebozo de Lupe está tendido sobre la silla, como extrañándola. A veces sueño que estoy en un potrero que no es mío, está grande y con la tierra agrietada por el sol. No hay ninguna planta, sólo un sendero de tierra aplanada por la que camino. Entonces la veo, allá, a lo lejos. Va caminando sola, con el rebozo en la cabeza. Y voy corriendo, quiero acercarme, alcanzarla, pero ella corre también. Y le grito: ¡Lupe, espérate!, ¡Lupe! Me tropiezo hartas veces con las piedras, miro abajo y no traigo huaraches. Pero sigo corriendo sobre la tierra caliente. Hasta que la alcanzo, le pongo la mano en el hombro y le quiero dar la vuelta. Entonces se oye una carcajada alrededor de todo el potrero y cuando miro mis manos nomás tengo un montón de trapos viejos. Lupe, Lupe, ¿estarás descansando en paz? Porque yo aquí no descanso nada, aunque me la pase dormido todo el tiempo.

      Desde aquí, en la hamaca, se ve cómo el aire mueve las ramas del huizache, como si le acariciara las hojas con mucho cariño. Parece que no hay nada en el cielo, pero si uno se fija bien, hay una argolla de luz blanca en vez de luna. Por eso no hay claridad, está oscuro, oscuro. La vela que encendí sobre la mesa, apenas ilumina su retrato, yo la miro. Dicen que cuando la vela que se le prende a un muerto casi no alumbra es porque le falta luz pa encontrar su camino en la otra vida. La sombra sobre la pared sube y baja, así como da luz también la quita. Todas las cosas se ven más negras. Y la mecha de la vela se mueve como si bailara con el viento, como columpiándose, como si quisiera apagarse con todas sus ganas pero no pudiera.
   
Orlando
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« Respuesta #28 : Junio 23, 2018, 03:15:26 »

Lady Ágata
   
   
La ordalía

El dolor arrebata mi energía,
asesino puñal que me perfora
desgarrándome el cuerpo sin mejora.
Persistente y terrible la ordalía.

Esperpéntico horror, brutal arpía,
compadece al despojo que te implora
de la Parca descanso eterno añora,
el final del suplicio y su agonía.

Gavilanes con plumas esmeralda,
carroñeros de pico despiadado
ensartarme quisieran por la espalda.

Inocente paloma huyo al cielo,
la estulticia desoigo cual pecado.
En la muerte se encuentra mi consuelo.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #29 : Junio 23, 2018, 03:16:31 »

Rosa

El Valor de la Palabra

Del arpegio de una palabra         
surge la luz en las tinieblas;       
la armonía rasgó las sombras,     
brunos tules de la quimera.
Es elixir del pensamiento,             
concibe y conforma la idea;         
es, la erudición, su baluarte,                   
nívea pulcritud, su médula.       
Hemos de extremar el cuidado     
a la hora de uncir la lengua;   
donde con ominosa voz,       
alza su vacuidad siniestra,           
llegando a resentir la vida           
del que “sin ton ni son” la suelta.
El Verbo dimana del Éter
fiel lacayo de la belleza;   
no indómita cacofonía,
ring de insustanciales simplezas.
Narrada, melódico himno;
ubérrimo bemol, impresa;
nunca el insufrible quebranto
de intrascendente verborrea.   
Urdidos gracejo y donaire,   
empavesados de cautela,               
logran destilar con su hechizo     
miel de simpatías ajenas.             
La cultura nos enriquece   
con variado caudal de ideas,   
rindiendo ocasión de aducirlas
al blandir palabras certeras .
Las tertulias devienen trovas,     
fruto de eurítmica epopeya,             
haciendo florecer el garbo,             
ungidos orador y audiencia.       
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