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Ricard. In memoriam, 7 de agosto de 2009.
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Autor Tema: Junio 2018  (Leído 15337 veces)
0 Usuarios y 1 Visitante están viendo este tema.
María Teresa Inés Aláez García
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« : Junio 23, 2018, 02:42:02 »

cielo claro

   
   
CASI NADA

Tuve un punto en mi esencia
donde sentí al mar perder su orilla,
donde el reloj no ataviaba a los tiempos
para rasgar la luz.
Sólo supe mirarte y complacer
los balanceos de tu estampa.

Figura y propiedad
dejaron escaparse a la desmaña,
con la niebla del pórtico
cosida en su rocío.

No queda casi nada, casi nada del fin,
tropel inexistente
sin gozque mayoral subiendo hacia un establo
los hilos del perfume,
voluntad con retales entre sombras.

(Freya)
26 de Junio 2012

« Última modificación: Julio 05, 2012, 01:53:50 am por cielo claro »
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #1 : Junio 23, 2018, 02:43:12 »

   
Cultura general

Un hombre recibe la revista mensual a la que está suscrito. ¿Qué será está vez? ¿Una enfermedad rara y sumamente contagiosa que se propaga rápidamente por todo México y que (de no ser por esta preciosa fuente de información) podría confundirse con un simple catarro?, ¿la semblanza de algún importantísimo personaje histórico de quien nunca antes había escuchado hablar?, ¿acaso el aviso de una amenaza, hasta ahora invisible, que acecha a la vuelta de la esquina o sobre  la almohada de su cama?, ¿tal vez un nobel, presidente, millonario, actor o, por lo menos, poeta, al cual debe rendirse admiración y respeto?, ¿o quizá le hablará acerca de otro cambio absurdo en la ortografía? ¿Qué nuevo conocimiento aportará la lectura de esta revista para el desarrollo de su cultura e intelecto? Ansioso, abre la primera página y lee:
     “Afición y aflicción están separadas solamente por dos letras.”
El resto de las hojas está en blanco.
   
Orlando
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #2 : Junio 23, 2018, 02:44:16 »

Lady Ágata

   
   
Hexakosioihexekontahexafobia

En la fría morgue del hospital yace un cadáver por identificar. Las órbitas vacías de sus ojos enmarcan un rostro de facciones descompuestas por el horror. En la mano derecha sujeta férreamente un billete de lotería adquirido en la administración 666, el 6 de junio del 2006, el cual fue premiado con sesenta y seis millones de euros hace seis horas: el mismo tiempo que lleva fallecido según estimaciones del forense encargado de la investigación, el Doctor S. Atán.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #3 : Junio 23, 2018, 02:45:39 »

Rosa

El Valor de la Palabra

Del arpegio de una palabra         
surge la luz en las tinieblas;       
la armonía rasgó las sombras,     
brunos tules de la quimera.
Es elixir del pensamiento,             
concibe y conforma la idea;         
es, la erudición, su baluarte,                   
nívea pulcritud, su médula.       
Hemos de extremar el cuidado     
a la hora de uncir la lengua;   
donde con ominosa voz,       
alza su vacuidad siniestra,           
llegando a resentir la vida           
del que “sin ton ni son” la suelta.
El Verbo dimana del Éter
fiel lacayo de la belleza;   
no indómita cacofonía,
ring de insustanciales simplezas.
Narrada, melódico himno;
ubérrimo bemol, impresa;
nunca el insufrible quebranto
de intrascendente verborrea.   
Urdidos gracejo y donaire,   
empavesados de cautela,               
logran destilar con su hechizo     
miel de simpatías ajenas.             
La cultura nos enriquece   
con variado caudal de ideas,   
rindiendo ocasión de aducirlas
al blandir palabras certeras .
Las tertulias devienen trovas,     
fruto de eurítmica epopeya,             
haciendo florecer el garbo,             
ungidos orador y audiencia.       
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #4 : Junio 23, 2018, 02:47:12 »

https://www.metaforas.com.es/diana-gioia/versos-blancos/5perfume/

(9-10)Prodigio/Madrugada

© 2015 A.Emma Sopeña Balordi

Esplendor ISBN: 978-15-0888-438-5


 
PRODIGIO
Olvida la mañana,
es pérfida y derrumba el rascacielos
donde habito elevada a tus abrazos.

 
Dilátame la noche,
intérname el secreto de la dicha
y no amanecerá mientras sepamos
definir el prodigio.

 

 

 
MADRUGADA

 
Se desliza la tarde entre las hojas,
discurre lentamente como entonces
malograba la euritmia de los besos.
El cotidiano eclipse me convence:
la noche sembrará la madrugada.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #5 : Junio 23, 2018, 02:48:08 »

EN LOS ENCINARES DEL RECUERDO

Recuerdo noches, días, hortelanos
caprichos de amapolas y encinares.
Desempolvo secuencias crisolares,
tus besos en la mugre de mis manos.

Resonancia motriz de los paganos
silencios entre juncos y pinares,
donde un grito de alegres hontanares
serpentea sin pausa en mis arcanos.
 
Mas los duendes traviesos del destino
accionan la palanca de la suerte
en el débil soporte de mi fulcro.

Nada queda de ayer en el camino,
ni tan sólo el amago de la muerte:
Tus versos espejean el sepulcro

augustus
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #6 : Junio 23, 2018, 02:48:50 »


Dulces alabeos

Para Hugo

Los hipocampos danzan al ritmo de tus iris
y el cáliz del color navega en tu aposento,
las pasiones, ingrávidas, undulan coloidales
en perennes delirios sin sombras ni desiertos.
El súmmum del deleite se cobija en tu cutis
y en tus ojos el mundo se derrite soberbio.
Cuando caiga la risa de tus muslos acuosos
la musa que sucumbe a tus himnos ubérrimos
irá por todo el orbe, de éxtasis ardiente,
jactándose de bistres y eximios florilegios.
En esa coyuntura, me impulsaré al regazo
de tu indómita alma y espíritu eviterno,
y el zumo de tus poros, oasis sumergido
en el éter de aljibes prendidos en tus cierzos,
impregnará su néctar en mi talle volátil
y daré mi erotismo con dulces alabeos.


Albadiosa
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #7 : Junio 23, 2018, 02:49:47 »

NUEVO AÑO

Hoy estreno tu abrigo:
quitaré de tu esencia las espinas
y de tu mar, tu cielo, tus esquinas,
en las albas de azul, sin enemigo.
En tu joven umbral, de mí testigo,
ante mis esperanzas te amotinas,
mas expongo mi ofrenda en tus vitrinas
y redimes con luces mi castigo.

Eres tú, nuevo año interrogante,
la fe que se derrama
por la orilla febril de los torrentes
mientras nacen preguntas en mis labios;
borraré los agravios
sobre tu devenir en mis corrientes.

María Bote
2 – 1 - 2015
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #8 : Junio 23, 2018, 02:50:41 »

Entelequia

Ligera en el universo
en busca del polvo astral
para fundirlo en mi verso
con la brisa del rosal.

Las palpitantes estrellas
alumbrarán el camino
y con luces de centellas
diseñaré mi destino.

Recorriendo agrestes mundos,
voy a sembrarlos de amor
y vestiré los segundos
con matices de esplendor.

En los surcos celestiales
voy a plantar amapolas
y pintaré manantiales
surgiendo de caracolas.

Y en ese claro vergel
descrito en mi fantasía
en un mágico rondel
voy a atrapar la alegría.

Gisela Cueto lacomba
31 de diciembre del 2014
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #9 : Junio 23, 2018, 02:51:44 »

Wella

   
   
Jirones de pecado.

Surgió la disyuntiva impresionante
de escoger el presente o el pasado.
La ausencia me resulta irrelevante,
motivos de un final inusitado.

Se revela el futuro en un instante
zurciendo sus jirones al brocado.
Hay tintes escarlata en mi semblante
al evocar escenas de pecado.

Mi piel iridiscente por la furia
instiga mi memoria, me consume
su mirada hechicera en el flirteo

sutil de sus abrazos de lujuria.
Absorta en la utopía, su perfume
invade el subconsciente de deseo.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #10 : Junio 23, 2018, 02:52:35 »

RAZONAMIENTO ESTÉRIL

Ya no tengo nada, solo me queda el amor. (Vicente Núñez)

Susurrante coloquio con la noche
al dormir en el nido de tu abrazo,
ofrendas y caricias en  derroche
el ave con su arrullo acaba el plazo.

La aurora es patético reproche,
refugio mi dolor en tu regazo
y le pongo al delirio triste broche,
acierto que soslaya tu rechazo.

Luciérnaga cautiva en la frescura
del  trébol de tu piel inalcanzable.
Un fénix enredado en la locura,

por causa de mi enorme desventura,
seré una marioneta inagotable,
buscando en otros besos la cordura.

mariaValente
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #11 : Junio 23, 2018, 02:53:38 »

Irene

AÑORANZAS

 No podía concebirlo. Aquello supuso el final de un sueño: el de mi infancia.
  Era muy niña cuando vi cómo el sol de una baranda se deshacía en mi retina, mientras mi boca saboreaba el queso duro del terrazo. Todo era inmenso, hasta la música de los periquitos del patio. Un palacio encantado me acunaba a través de peldaños hacia una estancia sencilla. En ella, el crujido de las sillas se mezclaba con el calor del picón junto a unas retahílas de ríos y tablas de multiplicar. Se punteaban letras y números en una sábana negra llamada pizarra. El suplicio comenzaba por la tarde: tela, aguja e hilo enredaban mis dedos. Entonces me acoplaba en la ventana para observar la destartalada casa de enfrente. Allí, fantasmas y monstruos intentaban asaltar el palacio de nuestras ninfas. Un día consiguieron extender su manto putrefacto. El brillo de nuestra mansión fue sustituido por inverosímiles cotilleos que condujeron a nuestras dos hadas a perder la vara mágica de la enseñanza, y a nosotros a embutirnos en el laberinto frío y oscuro de nuestra nueva escuela.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #12 : Junio 23, 2018, 02:55:05 »

Calendo Griego
   
   

El alquimista
                               al compañero, César Rubio Aracil.

Quisiera, Augustus, recoger de ti
—paciente imán de las vocales rotas—,
surcos de ahínco, reveladas gotas
sobre la viva flor volviendo en sí.

Con caireles de adónicos azules
vistes al ave de inmortal belleza,
embrujas con tus rimas y destreza
a las diosas de lámparas y tules.

Viérteme, vástago de Apolo, el brío,
ayúdame a escrutar los aires tersos,
defender la pureza de los versos,
—velando musas del sinuoso río—,

con los poemas lúdicos que labras
en incesante alquimia de palabras.
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María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #13 : Junio 23, 2018, 02:58:05 »

ojaldeb

   
   
Muñones




El viejo ocupaba una mesa, una junto a la pared del fondo, en el bar de su pueblo.

—Este zagal… —mascullaba— ¿Qu’abre hecho yo pa merecer…?, y a mis años. Es mi nieto, sí, pero yo no quiero gente así en mi casa, si su abuela levantara la cabeza…la pobre.

Su mano derecha era una especie de muñón, apenas dos trozos de falanges, con el que ahora pinzaba un pequeño vaso de cristal, mediado de vino tinto. Su barba negra, de por lo menos una semana, hacía que su rostro se viera sucio. Adornaban su camisa blanca cuatro o cinco medallones de grasa.
Colgada de la pared, justo encima del viejo, una nube de moscas que parecían hipnotizadas por la pobre luz de un candil eléctrico. Enfrente un mostrador largo y de madera oscura, que venía desde la puerta de la entrada. El local era espacioso, algo escaso de luz, fuera anochecía.
Un hombre tripón y carrilludo, nada más entrar, se fijó en el viejo y fue hacia él, no esperó a llegar a su lado para decirle:

— ¿Qué cavilas tanto, Ulogio?
— ¿Eh? ¡Ah, eres tú, Fermín! Venga, agarra esa silla y siéntate

El gordo tenía más o menos la misma edad que el viejo, vestía una camisa muy blanca y muy bien planchada, su mano derecha era una cicatriz de carne y pellejo triturados. Al ir a sentarse, los botones de la camisa le estuvieron a punto de estallar, la silla hizo un ruido, como si se fuera a romper.

— ¿Y tu nieto, Ulogio?
— ¿Qué?
— ¡Tu nieto!
— ¿Mi nieto…?
— ¿Ha venio ya de la Inglaterra ésa, no?
—Vino antier, ¿y qué?
— ¡Na, hombre, na!, ¿que qué tal estaba?
—Pchss.
—Y me han dicho que su novio, un tal Bob, vino con él.
—Fermín… no subas más serillos qu’el pajar está acombrao.
— ¡Ulogio! ¿Es que no te alegras? Es tu nieto, y a venío ya…
—Que no seas alcagüete, Fermín.
—Pero…
—Venga, déjalo y dale un carpio al tabernero, encarga otra frasca de vino, que tengo la boca seca.

El viejo mascaba un palillo que cogió de un cubilete, no levantaba la vista de su vaso, y Fermín, sin dejar de sonreír ni de mirarle, alzó su muñón y dijo.

— ¡Tú, tabernero, pon una frasca de tinto, vamos a celebrar que el zagal d’éste ha vuelto ya de por ahí.
—No, si al final va a andar la pala por el horno —masculló el viejo arqueando aún más sus oscuras cejas— ¡Asqueroso pueblo de girulos!
— ¿Girulos…? ¡Andá!, Ulogio, acaba d’entrar el Paco, el chico de la Isabel.

El muchacho en cuestión tendría dieciocho o diecinueve años; llevaba varios arillos en las orejas y el cabello rapado; su chupa y su pantalón vaquero eran de esos que venden ya rotos y descoloridos. Se había quedado en la otra punta de la barra, justo al lado de la puerta, llamó al camarero y le pidió un refresco de Cola. Fermín insistió:

—Ulogio, el Paco también es mariquita, como tu nieto.
—Y dale; mira qu’eres bocarana…ahora te toca a ti escarbar en la herida ¿es eso, no?
—No te enfollines hombre, ¿somos o no somos amigos?
— ¿Amigos…?
—Sí, amigos; o no t’acuerdas de lo que pasemos juntos.
— ¿Quién s’acuerda ya d’eso?

Fermín dejó de sonreír, mostró su muñón y dijo.

—Yo m’acuerdo, esto me lo recuerda tos los días

Luego, después de carraspear, puso otra vez cara de guasa y añadió

—Oye Ulogio, creo qu’eso de ser mariquita s’hereda. ¿Tú no…?
—Y dale con la pulla Fermín; pero cuánta morcilla das, cabrón… ¿y tú dices qu’eres mi amigo?
— ¡Oye!, de cabrón na, ¿eh?, si acaso señor cabrón.
—Jodes más qu’un forunclo.
— ¿Qué…hoy no tienes ganas de guasa?
—Tú por lo que se ve sí, y mucha.

Fermín retorció de nuevo el gesto y dijo:

—Mira Ulogio, desde qu’en el pueblo os enterastis qu’el asqueroso aquél dejó preñá a mi nieta y luego se largó, a ella la tratasteis de pertenera y a mí… yo os he tenío qu’aguantar mucha pulla d’esta, a ti y a tos…
— ¡Pachasco!, o sea, que se t’estaba haciendo la masa un vinagre y has venío aquí a infernar, ¿es eso, no?
—Menuda polvisca se ha levantao en tol pueblo con lo de tu nieto, Ulogio, ahora te toca joderte a ti.
—Si mi nieto y el Bob ese no se bajan el otro día del autobús haciéndose arrumacos… ¡Par d’encagalaos!
—¡Ya, como que no se hubiera sabío tarde o temprano.
—¡Joder, pos a lo mejor no!
—No digas mandingas, Ulogio, si a tu nieto y el otro… menudos pendientes, menudas, pulseras, zapatos de punta rechivá, si sólo les falta ponerse encima la tapa el cofre.
—Pandilla de intruseros…
—Sí, aquí se habla de to sin mirar lindes. Pero, Ulogio, buenas ganas tiés de inritarte por tan poca cosa; mira, ahora fuera chuflas: tu zagal es joven, cabal es que pueda elegir su sesualidad.
—Pachasco, y su abuelo que se joda ¿no?
—Así es la vida Ulogio
— ¿La vida? ¡Cagüenros…¡
—Hay que ser más tolerantes, Ulogio —dijo Fermín con tono de condescendencia— mucho más tolerantes.
—¡Oye Fermín, y tú no presumas tanto de liberal!
— ¿Quién…yo?
—Sí tú; porque antes que le pasara aquello a tu nieta, bien qu’echabas pestes de toas las solteras del pueblo que se quedaban preñás.

El tabernero llegó con la frasca de vino y dos vasos pequeños, puso todo sobre la mesa. Luego se secó las manos con la servilleta blanca que llevaba colgando de la cintura. Dijo:

—Aquí tenéis, pareja.

Fermín le guiñó un ojo y habló en voz baja:

—Ulogio se ha enfadao porque le dicho qu’el zagal de la Isabel es mariquituso.
— ¿Quién, el Paco?—Dijo el camarero— ¡Vaya una cosa! Ni el chico ni su madre lo ocultaron nunca.

El joven bebía y miraba a todas partes, hubo un momento en que su mirada se cruzó con la de Fermín que, entonces, levantó su muñón y con el le hizo una seña para que se les acercara.

—Señor Fermín, señores…—dijo el muchacho cuando llegó donde los viejos. —Hola, chaval —dijo Fermín.

Eulogio, sin levantar la vista de su vaso, rebulléndose en su asiento, mascando como con rabia un escarbadientes, sólo resopló.

—Tabernero —insistió Fermín— arrima una silla pa que se siente el zagal. ¡Claro! si aquí mi amigo Ulogio no tie na en contra.
— ¿A mí…? — dijo Eulogio— a mí que me incumbe si el muchacho se sienta o no se sienta; yo no lo conozco de na.

El joven miró a Eulogio, luego a Fermín que, a la vez que meneaba la cabeza, le invitó a sentarse. El muchacho dijo mirando su reloj:

—Déjelo usté, señor Fermín; tengo que irme.
—¿A qué tanta prisa zagal? —dijo Fermín— paece que vas convidao a gachas.
—Es que en la fábrica hace falta gente, lo oí ayer y…
—Sí, yo también lo oído, pero me parece qu’el tajo es pa apilar sacos llenos de grano to la mañana. Chaval, eso mu duro pa ti, hazme caso, yo he roto muchos astiles d’esos en mi vida.
—A ver si se cree usté que porque sea homosexual no soy tan duro como cualquiera.
— ¡No —dijo Fermín— no mas entendío!
—Además —insistió el joven— mi vieja ma sacao a delante, ella sola, la pobre, va pa mayor, cuando viene de fregar las casas viene to enriñoná, se queja de tos sus huesos, ¡joder! y yo quiero ayudarla.
—¡Como tie que ser, zagal, como tie que ser! —dijo Fermín— Pero hazme caso, ese trabajo es mu duro, yo…
— Señor Fermín, perdone, me gustan los tíos, pero tengo tantos cojones como usté.

Eulogio, con un trago, ahogó una sonrisa y un eructo.

— ¡Venga chaval —insistió Fermín— aivadeai! arrima esa silla y siéntate con nosotros, y tú —miró al camarero— trae otro vaso.
—No, señor Fermín, me voy, a ver si van a cerrar la fábrica y no quiero llegar a amén.
—Vale, chaval, vale, pus ándate, no t’entretengo.

El joven miró al tabernero y metiéndose la mano en el bolsillo dijo:

— ¿Cuánto debo por este rodeo y lo mío?
—Tú —se apresuró a decir Fermín— como cobres al muchacho te se va un parroquiano. Chaval, déjalo, estás invitao.
—Señores… —dijo el joven y se fue hacia la puerta.
—Adiós, Paco… —dijeron los tres hombres al unísono.

Habían entrado más clientes y el tabernero se fue hacia la barra. Los dos amigos se quedaron solos. Fermín, después de llenar otra vez los dos vasos, ofreció uno a Eulogio.

—Toma machote, bebe.
— ¿Machote…? —dijo Eulogio— pero si ahora ya ni me s’atiesa. Lo de machote era antes. ¡Además! tengo un nieto mariquita, ¿o te s’alvidao?
— ¡Hombre! lo de tu nieto no tie na que ver con los años, pero lo otro… ¿qué quieres? si en un par de meses te caen ya los sesenta y muchos, como a mí.

Eulogio volvió a pinzar su vaso y lo levantó de la mesa, luego, mientras lo miraba, dijo:

—Mi nieto es buena gente, Fermín.
—Claro hombre, ¿por qué no va serlo?
—Tampoco el de la Isabel parece mal muchacho.
—Tampoco. Venga bebe.
— ¡Joder Fermín!, yo ya tengo demasiao callo pa estos trotes.
—A ver si crees qu’a mí no me costó hacerme a la idea de lo de mi hija.
—Sí, pero eras más joven, y todavía estaba tu mujer.
—La pobre; que descanse en paz.
—Si la mía viviera…
—Deja en paz a los difuntos, Ulogio.
—Tiés razón.
— ¿Y tu nieto?
— ¿Mi nieto? Menudo yema echó su madre en el parto, ¡joder!, pero es mi nieto
—¿Pos entonces…?
—¡Pos entonces!
—¡Qué tiempos!
—¡Qué tiempos!
—Y encima cualquier día nos da un colaso y nos quedamos istantáneos
— ¿Quién sabe?
— ¡Miá!
—¡Vete a saber!

Durante unos segundos los dos viejos miraron cada uno su vaso sin hablar. Después, Eulogio se encogió de hombros, volvió la cabeza a un lado, escupió al suelo lo que quedaba de sus mondadientes, dijo:

— ¡Joder, Fermín, si tù supieras… menudo tarogullo que tengo en el pecho.
—Pues te echas el pecho a la espalda y lo pasao pasao.
—Tiés razón, habrá que tirar palante.
—Qué remedio.
—Y como sea.
—Como sea, Ulogio, además, peores cristos pasemos, ¿o no t’acuerdas?

Fermín volvió a levantar su muñón. Eulogio se sobó sus dos dedos y dijo:

— ¿Qué si m’acuerdo…? aquello fue…
—Una mierda, Ulogio, una mierda. Pero, ¡vamos, hombre, arriba, arriba!

Fermín se inclinó sobre la mesa todo lo que su panza le dejó, puso su muñón encima del muñón de Eulogio, lo acarició. Eulogio, de un bote, se apresuró a salir de debajo, dijo:

— ¡Cuidao Fermín!, cuidao. Amigos, pero… sin pasarse —alzó la voz— ¡tú, tabernero…!, pon otra frasca y un plato de aceitunas, d’esas que tien pescao por dentro; pa mí, y pa éste…


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« Respuesta #14 : Junio 23, 2018, 02:59:29 »

carende

   
   
SIGO A LA ESPERA

Espumillón desteñido
sucumbe en trémulas manos;
mi anhelo, en ríos de lágrimas.
Mientras, abrazos ardientes
aguardan con vehemencia
a la aurora que susurre
el ensoñado retorno.

24/02/12
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