María Teresa Inés Aláez García
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« Respuesta #30 : Junio 11, 2017, 10:40:14 » |
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SOL Y FUEGO
Retrocedo en el tiempo a mis días de residencia en una casa de campo otrora perteneciente, por partes iguales, a un extravagante multimillonario y a su socio, el padre de mi primer marido. En aquel lugar, años atrás, se celebraban todo tipo de fiestas y bacanales. Los vecinos, para evitar los ruidos de las orgías nocturnas, fueron vendiendo los chalets colindantes, que iban adhiriéndose a la propiedad. La vivienda en cuestión estaba rodeada por una considerable extensión de tierra donde crecían plantas exóticas en torno a dos piscinas flanqueadas por palmeras. Había rosales silvestres desparramados por los muros, una inmensa pinada, chopos, un huerto de naranjos, limoneros, mandarinas, melocotoneros, granadas y jazmines trepadores que impregnaban de aromas sensuales las tibias noches. Solía subir a lo más alto del edificio principal y, en la terraza, completamente a salvo de las miradas de curiosos, disfrutaba tomando el sol desnuda. La luz solar me devolvía las energías, sumiéndome en un estado de deleite difícil de describir. Tendida en el suelo, me iba quitando lo que llevaba puesto poco a poco, como una especie de ritual. Luego, con toda delicadeza, cubría mis botoncitos de cuarzo rosa con un par de borlas de algodón. Separaba las piernas dejando al descubierto las partes más íntimas, húmedas siempre... húmedas. Los rayos de sol besaban ardientemente los labios tabú liberados, orquídea envuelta en rocío de deseo. Con frecuencia, me llevaba una botella de cerveza bien fría con la que entablaba una especie de juego erótico dejando caer unas gotas de la bebida sobre el vientre que, al descender, hacían estremecer mi bosque oscuro: manantial de lujuria para muchos, privilegio de nadie por entonces. Tendría que esperar casi una década para encontrar un hombre que estuviese a la altura de las circunstancias, alguien que sé que podría llevarme a las más altas cotas del placer... si él quisiera.
Ya de regreso, en el momento presente, envuelta por toda vestimenta en su jersey rojo, el cual aún conserva su aroma, escribo estas líneas mientras una lágrima caprichosa me traiciona delatando que le echo de menos -¡cuánto le extraño!- durante sus periodos de ausencia. Tal vez, pronto, en un lugar paradisiaco, sumidos en la soledad que las parejas de enamorados tanto ansían, pueda repetir mis baños de sol al desnudo permitiendo que esta vez sea su jugosa y cálida lengua -sol y fuego en complicidad- la que surque los pliegues de mi sexo aprendiéndose su geografía, mordisqueando sus contornos, descubriendo todos sus misterios y se adentre sin pudores en las profundidades de mis entrañas. Cierro los ojos mientras contemplo esta escena aún inexistente. Echo la cabeza hacia atrás intentando en vano que mi boca le atrape, le lama, le bese... devolviendo placer por placer, amando y siendo amada. Lady Ágata
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