María Teresa Inés Aláez García
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« : Febrero 02, 2014, 05:28:22 » |
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Hay muchas maneras de morir y otras tantas de vivir.
Virginia describe, con gran entereza y valentía, su convivencia con una enfermedad a la que intenta entender y superar. Mientras tanto, nos muestra el gran valor de la vida que sólo se conoce cuando los problemas están presentes. Su heroicidad no conoce límites y sus escritos son manifiestos de existencia activa y permanente.
Augustus ilumina el camino espiritual de un hervidero que existe y es real, aunque todo el mundo lo niega y lo oculta porque prefieren conservarlo en el caso de que el miedo lo ciegue. La manipulación psíquica y mental, la calidad del ser interno, el uso de triquiñuelas y juegos que sirven, en ocasiones, para alegrar la vida pero, en otras, para abrir un agujero negro donde caen los sujetos que vibran superficialmente y que arrastra a una gran mayoría. Si bien es difícil reconocer dicha oquedad, todavía más salir de ella y mucho peor es el intentar no caer. La nobleza de reconocer en uno mismo la enfermedad de lo negativo, de sus frustraciones y defectos, también es heroica y el primer paso para afrontar una enfermedad de cualquier carácter es el aceptarla. A partir de ese momento se puede trabajar con ella y con uno mismo.
Entonces llega el momento de abrir las capas que envuelven nuestro interior: eliminar la superficialidad, la violencia, la envidia y la mentira, desprenderse de los celos y del pretender ser mejor que los otros, de la vanidad y la soberbia. Como Juan Ramón Jiménez hizo con su poesía: desprenderla de lo inútil para dejarla pura y viva, inocente y blanca, en paz con él mismo y con sus letras, así hemos de trabajarnos por dentro y por fuera.
La libertad trae paz. Las elecciones de nuestra vida, aunque las creamos dolorosas, pueden ser motivo de alegría a la larga. Aceptar lo que nos viene y dejarlo marchar para poder acercarnos a lo positivo que nos aguarda es un síntoma de inteligencia y de superación personal.
Siempre hay una solución para cada problema. Pero no es habitual que nos guste la solución porque la acomodamos a nuestros antojos, aunque sepamos que es la adecuada y que solucionará lo que necesitamos resolver. La educación en la paciencia y en la constancia es imprescindible y son dos virtudes que han caído en desuso, lo cual provoca miedo y muchos conflictos. La gente desea que todo ocurra al momento. Teme sufrir. Olvidan que el sufrimiento puede hacerles crecer y que la actividad puede ayudarles a compensar lo negativo.
Pensar, planificar y actuar ayuda a colocar los desajustes en su sitio. Y, al final, la gran satisfacción se encuentra en los detalles más pequeños. Como sentarse en un parque a disfrutar del aire que roza los pensamientos enredados en el pelo, mientras un tibio rayo de sol elimina esas negatividades que nos soliviantan. Y entonces, como guinda suave y cariñosa, las pequeñas gotas de lluvia nos rodean y nos invitan a buscar cobijo, con el alma limpia, no sólo en nuestra libertad sino en el amor compartido de quienes nos sonríen al regresar a nuestro destino.
Quienes se refugian en una vorágine negativa en la que se sienten seguros, aunque les vaya reconcomiendo interiormente, o quienes no saben soltar un equipaje de negatividad consentida que se almacena en su cerebro y, de rechazo, en su corazón, son presa del miedo, de la depresión, de la ira, de la envidia, del pánico, de la ansiedad. Y navegan por un laberinto sin salida, pensando que si salen por donde han accedido será un retraso en sus existencias cuando, posiblemente, sea un punto y final a su sufrimiento y una nueva oportunidad de volver a empezar.
Disfrutar de lo más grande y precioso de la vida. Saber llegar a ese punto donde comenzó el declive y darse a sí mismos una nueva oportunidad. Dejar, al otro lado de la puerta, para siempre, las negatividades y las ondas viscerales que no ayudaban a vibrar convenientemente. Alzar el rostro hacia la inmensidad sea del color que sea: negra, azul, gris, mortecina o blanca. Todo ello significará dar la cara a la libertad de elegir, ampliará el corazón y dirigirá el cerebro hacia un nuevo estado de conciencia. El más importante: haberse identificado con la realidad, haberla aceptado y superado y, ahora, buscar el ascenso hacia otro escalón moral, físico y mental.
Abrir los brazos, acunar el aire y disfrutar de las cuerdas que desatan los sentimientos. Relacionarse con personas que siempre han estado ahí y que compartirán las maravillas del renovado ser como acompañaron en el llanto y la amargura. Recoger, de nuevo, los surcos de las lágrimas y llenarlos de estrellas, esperanza, marcando el rumbo hacia una paz inmensa que luchó por salir del corazón y ahora vuela hacia el infinito.
Estar vivo significa sentirse libre, sentirse y ser responsable de los actos de uno mismo teniendo, únicamente, a la propia conciencia como juez, fiscal y testigo. Al corazón como arma ejecutora de penas y alegrías. Es cerrar los ojos, girar sin descanso y volar hacia lo desconocido con la seguridad de que, al abrirlos, el próximo destino será ser feliz.
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