carende
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« : Diciembre 15, 2010, 10:21:31 » |
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LOS NIÑOS DEL COLOR DEL ARCO IRIS
Una mañana, en el patio de un colegio, los niños jugaban y tomaban su almuerzo. Era la hora del recreo. Poco a poco, el sol iba escondiéndose entre las nubes y parecía que iba a llover. Así fue, comenzó a llover muy fuerte. Todos los pequeños corrían a refugiarse, aunque algunos preferían seguir bajo la lluvia pero, claro, sus profesores no les dejaron, y llamaron a dos de estos traviesillos, Mun y Tania. -Venid, corred, vamos, vamos, que os mojáis. Los niños entraron refunfuñando. Ya estaban todos dentro del colegio y miraban a través de las ventanas cómo seguía lloviendo. Las nubes comenzaron a alejarse. En el cielo se formaba una gran puerta blanca con un hermoso arco multicolor, un arco iris.
- Ayaaaaaaaaaaaay, Ayaaaaaaaaaaay, qué bonito. - Cuántos colorines. - Qué puerta tan gigante, exclamaban los pequeños, emocionados. Contemplaban el arco iris y su gran puerta. Pidieron a los profesores que les dejaran ir a la calle para poder jugar debajo de él. Los profesores pensaron que era una experiencia bonita y les permitieron marchar. Estaban ya dentro del arco iris y de sus maravillosas tonalidades, cuando, de pronto, estos colores fueron desprendiéndose y pintando a los niños. ¡¡¡Uf, uf, madre mía!!! A algunos niños se les puso la piel roja, naranja, amarilla, verde, azul, añil, violeta; de todos y cada uno de los colores que habían formado el arco iris. No sabían si reír o llorar, ni tampoco si era bueno o malo, pero al ver que no les dolía y seguían siendo los mismos se marcharon a sus casas contentos. Entre los pequeños que no fueron pintados estaban Mun y Tania. Estos no querían acercarse a los amiguitos de color, ni jugar con ellos y estaban muy enfadados. Al día siguiente, todos los niños llegaban al colegio como si nada hubiera cambiado en su piel, pues a ellos no les importaba tenerla de un color u otro. Se sentían igual de bien que siempre. ¡Ah!, Mun y Tania no estaban felices, ni deseaban que ya fueran sus amigos. Cuando llegó la hora del recreo, salieron los escolares a jugar, juntos, como siempre unos con otros, menos Mun y Tania que lo hacían sólo con los niños de piel blanca. Poco después, Mun se subió al tobogán y, al ir a bajar por él, se cayó de cabeza. Se le hicieron dos chichones en la frente, parecían dos cuernos. Anda, anda, y se estaba poniendo de color rojo como si fuera un demonio de Tasmania. Ummmmmm, ummmmm, Mun, estaba muy asustado; aunque todos los niños lo acariciaban e intentaban curarlo sin importarle su aspecto. Cuando llegó a su casa, sus papás le dijeron que descansara, que pronto se curaría. Mun no quería ser rojo y estuvo toda la noche despierto y entristecido. Y eso que todo el mundo lo quería aunque su piel, ahora, tuviera otro tono y su cara fuese fea. Casi consiguió dormirse, cuando se le apareció un hada blanca y radiante que vino para hablar con él. -Mun, Mun, ¿cómo estás, pequeño? -Estoy triste porque ya no soy guapo ni blanco –dijo Mun. -No todas las personas del mundo pueden tener una cara bonita y un mismo color de piel pero eso no impide que vivan felices. Además, todo el mundo los quiere – comentó la hadita. -Yo estoy aquí para explicarte que todas las personas de este mundo somos iguales, tenemos los mismos sentimientos y necesitamos el cariño de los demás, y que por ello tú debes portarte bien con quien te rodee sin tener en cuenta ni la belleza ni el color que tengan. También, he venido por si deseas recuperar tu aspecto, el de antes - añadió la buena hada. Mun quedó impresionado por la visita y por sus palabras, pero más tranquilo, así que pronto se dormiría. Al despertar por la mañana recordaba la explicación que el hada le había dado, y se propuso al llegar al colegio ser el mismo de siempre con todos sus compañeros. Al terminar la clase, se fue hacia su casa con varios niños de color y con Tania, iban hablando y riendo a la vez que su cuerpo estaba cambiando. Él no se daba cuenta porque no se veía en el espejo, ni tampoco le hacía sentirse diferente. Iba a entrar a su casa, cuando en la puerta le esperaba el hada y ésta le saludó y le preguntó de nuevo cómo se encontraba. Él pensaba que aún era rojo y con cuernos pero le dijo que estaba muy bien. -Me alegro, me alegro mucho. ¿Ves cómo nada cambia dentro de las personas por tener una apariencia u otra? –dijo el hada. -Si, sí, es verdad -respondió alegremente. El hada fue alejándose hasta desaparecer y Mun recuperó su color y su cara volvió a ser bonita. Había aprendido la mejor lección de su vida, la de que todos los seres humanos somos iguales. Fue un niño estupendo y de mayor una persona maravillosa y buena. Carende 15/09/2010
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