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Autor Tema: Cecilia (prosa)  (Leído 3047 veces)
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Dage
Colaboración literaria
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« : Octubre 02, 2010, 01:23:25 »


CECILIA

La noche en que quedé con Cecilia –noche cálida de finales de primavera, a la luz de las velas, lo bastante cerca del mar y alejado del centro para escuchar el rumor de las olas- era un amasijo de nervios bajo una máscara cortés. No tenía expectativas; mejor dicho, quería pensar que no las tenía. Los días anteriores a su llegada se me hicieron eternos, no dejaba de mirar el reloj con la sensación de que el tiempo se había detenido, sólo por jorobar. Temía que por la misma razón, en el momento de la verdad pasara demasiado rápido. Claro que tenía miedo, ¿quién no lo tendría? ¿Alfredo? Él no se había comido un rosco en la vida, aunque gustaba de tocarle el culo a la primera que se le pusiera por delante. ¿Agustín..? Agustín, quizá no.
   Cuando levantaba la pantalla del portátil me recorrían grandes escalofríos. Me quedaba mirando mi reflejo difuso en la negrura unos segundos, sólo para volver a cerrar el ordenador y desconectar la corriente. Eso los últimos días; entonces incluso agradecía las voces de mi madre: ¡Son las once, deja el ordenador y vete a dormir ya! Antes de eso estaba feliz, conectado al Messenger a todas horas. Las palabras bonitas y la fluidez dominaban cada conversación. ¡Era tan diferente a la realidad!, ¡y tan real!
   La noche en que quedé con Cecilia me vestí con unos pantalones negros y una camisa; por una vez en la vida utilicé la colonia, olvidada en un estante desde Reyes. Cecilia -¡cómo saboreaba su nombre! Pronto podría, también, pronunciarlo- llegaría en tren a las siete y media. Había logrado convencer a mis padres para que me dejaran volver a casa a las diez, aunque no les había revelado el objeto de la tardanza.
   Mientras caminaba hacia el local donde esperaría, imaginaba cómo podría cambiar mi vida a partir de ese momento. Habíamos hablado mucho sobre ello –siendo riguroso, escrito-, quiero decir, Cecilia y yo, pues teníamos intereses muy parecidos. Sonriendo, recordé cierto descabellado plan para escaparnos juntos a cualquier parte del mundo. Movido por el peso de la balanza también pensé en lo otro, en lo Innombrable. ¿Y si sucedía lo innombrable? ¿Y si a partir de ese día, sólo veía el muñequito rojo junto a su nombre? Lo entendería, aunque me costara, ¿acaso no era así el mundo real? Bueno, ¡pues ya había cumplido los doce! Estaba acostumbrado.
   La noche en que quedé con Cecilia recuerdo que estuve a punto de quedarme en casa. Aquello ya no sería una simple conversación digital, sino algo mucho más serio. ¿Estaba preparado? Tal vez no…; pero tenía que estarlo. No conocía a nadie mejor que a Cecilia, ¡ella tenía que ser la persona adecuada! ¿Quién si no? ¿Natalia, que no dejaba de pellizcarme y lanzarme miradas en medio de clase, con esos ojos tan profundos y negros? ¿María, que inexplicablemente se encogía asustada y se alejaba de mí en cuanto intentaba acercarme a ella? Cecilia era diferente, era un ideal.
   Me senté en la terraza a las 20:25. Estaba anocheciendo y un camarero iba de mesa en mesa encendiendo las velas. Me entretuve en contar los barcos que aún podían verse en el mar. Las 20:30. ¡Qué nervios! Notaba el corazón muy acelerado, no podía dejar de mover las piernas… Las 20:40. Cecilia tendría que haber llegado hacía diez minutos. Me puse aún más nervioso. Cuando medio minuto después sonó el móvil creí que me iba a dar un infarto. Lo saqué del bolsillo entre temblores. No sé si me sentí aliviado al leer el nombre de Pedro en la pantalla. No iba a ser capaz de hablar, de modo que dejé que siguiera sonando. Al rato volvió a intentarlo y le corté la llamada. Eran las 21:00 y Cecilia no había llegado aún. Pedro llamó por quinta vez. Harto, acepté la llamada y saludé. Él no respondió inmediatamente. En su lugar se oyeron algunos ruidos y lo que parecía una risa encubierta. ¿Pedro? –dije. Su respuesta echó por tierra todas mis expectativas. ¡Que te lo has creído!
   Sería exagerado decir que me enfadé con ellos más que conmigo mismo; aún menos con Cecilia, esa chica incorpórea, esa mentira.
   La noche en que quedé con Cecilia me di cuenta de muchas cosas. No sé de cuántas me acuerdo, pero lo peor ha sucedido; ahora veo el muñequito rojo al lado de su nombre, y no me entran ganas de conocer a otra Cecilia. En clase llueven las risas a mi paso. ¿Os lo podéis creer? Sólo María no se mofa, y Natalia, asombrosamente, ha dejado de pellizcarme.
« Última modificación: Octubre 02, 2010, 01:26:23 por Dage » En línea
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