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Ricard. In memoriam, 7 de agosto de 2009.
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Autor Tema: Monologos del vino  (Leído 4542 veces)
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altabix
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Mensajes: 255



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« : Marzo 23, 2010, 11:10:44 »

Debido a un error con los archivos, he quitado la mitad del cuento, para poder revisar y corregir algunas cosas



 
—¿Vives aquí?—. Le pregunté,  pensé que sería familiar del propietario.
Se limitó a mirarme, sin sonreír siquiera. Entendí que mi pregunta le molestaba y callé.
Siempre callo y guardo silencio, hay quienes no se amedrentan e insisten hasta alcanzar lo que ansían; siempre envidié a los de esa clase.
Pensé.
—Qué demonios, no me matará si me hago el pesado,  a lo sumo no me contestará, de modo que insistiré—.  Mi curiosidad es un vicio que me come la carne.
—¿Eres familia del propietario?.
Ella secaba unos platos con un paño,  levantó la mirada, hizo un gesto, encogiéndose de hombros,  el gesto que  normalmente,  usamos para dar a entender que  desconocemos algo.
Me quedé observándola, su estatura no superaba el metro  medio, gordita, sus pechos eran carnosos, tersos y se asomaban por el escote de la camiseta de tirantes.
Debí de ser demasiado descarado, ella se puso frente a mí y me preguntó.
—¿Así mejor?.
—¿Como?.  No entendí así de pronto, pero me di cuenta a los pocos segundos.
Ella rió y se fue.
—Perdona si te he molestado—. Una disculpa era lo más adecuado.
—No tiene importancia—.
—¿Cómo te llamas?—. Intentaba que de algún modo, se pudiera abrir un hueco, por donde pasara algo de conexión entre ambos.
Pero ella se mantenía distante, en silencio, sin querer tomar ese contacto.
Desistí y me limité a disfrutar del café.
Al poco tiempo entró La Señora,  se apoyaba en un bastón negro de madera.  Lentamente, se desplazaba por el local, hasta que ese acercó a una mesa;  la muchacha,  al verla entrar,  salió de detrás de la barra y  fue a su encuentro  ayudándola a sentarse, entonces la vi sonreír,  había mucha familiaridad entre ellas.
Durante unos segundos se quedaron mirándome, no sé de qué hablaban, pero  me molestó que quizá estuvieran hablando de mí.
Regresó sonriendo a su labor tras la barra y  me miró.
—Me puedes llamar Ashar.
—Qué exótico—dije sonriéndole.—.Es un nombre extranjero, ¿verdad?
—Sí.
Había cambiado de actitud,  tras haber hablado con La Señora.
Ahora me miraba y parecía querer estudiarme, me observaba con amabilidad y yo miré a La Señora,  que estaba ausente de la situación;  pero algo le dijo en relación a mí, estoy seguro.
Se acercó hasta donde yo estaba y me dijo.
—Ya me han contado alguna cosa de ti, pero poco, eres más bien reservado.
—No soy muy hablador.
—Ya veo,  has cerrado con cuatro palabras  una conversación.
—No sabría qué contarte—  le dije—.No hago nada que tenga el suficiente interés como para ser contado.
—Para ser contado quizá no—  sus ojos, vivos y penetrantes, me preguntaban —.¿Y no sientes nada?.
Hubo unos segundos silenciosos en que nos mirábamos,  ella sopesaba si continuar o no; ,Hubo unos segundos silenciosos en que nos mirábamos,  ella sopesaba si continuar o no; yo temí que que mi torpeza,  hubiera estropeado el momento de conocerla más.
—¿Te puedo preguntar algo?—. Le dije.
—Claro.
—¿Quién es?— me giré para mirar a La Señora.
—Es una clienta de siempre,  desde que abrió este local.
—¿Y tú llevas mucho tiempo trabajando en este bar?
—Llevo toda mi vida aquí.
—¿Eres hija del propietario?
—No, pero llevo tiempo, mucho tiempo.
Dejó lo que tenía entre las manos, cogió las mías;  no sin sorpresa por mi parte.
—Para ser un hombre callado...haces muchas preguntas.
Pensé que ya lo había estropeado, que mi curiosidad había traspasado algún misterioso límite.
—Espero no haberte molestado.
—No, no te apures.
Quitó mi taza de café y la cambió por una copa.
—Voy a ponerte otra cosa.
Sacó de debajo del mostrador una botella de vino, vertió en la copa una pequeña cantidad.
—Me gusta hablar con hombres, a los que les gusta el vino, pruébalo.
—No tengo costumbre de tomar alcohol.
— Pruébalo, está muy sabroso.
Insistió amablemente y me fue imposible rechazar su invitación, tomé un sorbo pequeño, ciertamente era sabroso, algo áspero al principio, pero se transformaba en una combinación de sabores muy agradable.
—¿Te ha gustado?
—Está muy rico, sí.
Ella sonrió.
—Si se te sube a la cabeza... no hagas locuras.
¿El efecto del vino?, no lo sé,  pero le sonreí feliz y relajado,  al ver que ella sonreía;   amistosa y receptiva,   pensé que las puertas del paraíso  se abrían para mí.
Sólo la llegada de Dos Batallas, provocó un momento de distracción.
Dos Batallas nos miró ausente,  pero no indiferente, ...no sabría decir de qué manera.
—Llegarás tarde a casa — me dijo.
—No hay cuidado, está vacía.
Terminé la copa de vino y ella volvió a llenarlo
—¿Nunca has amado?
—¿Amar a alguien?.
—Sí.
—Por supuesto, pero ya hace mucho tiempo y  desde entonces,  no he sentido la necesidad de la cercanía de nadie.
—Me cuesta creerlo.
Ashar  aterciopelaba su voz,  a medida que la conversación se alargaba;  de pronto  sentí  rechazo hacia ella,  era evidente que quería penetrar en mis sentimientos y conocer incluso, lo que yo a mí mismo me vetaba.
—¿Qué te ocurre?—dijo —. Relájate.
Su mano derecha sobre mi mejilla y la calidez de su voz,  me deslizaron a la profundidad de sus ojos.
Ansiaba besarla,  sentí en  un apasionado deseo de invadir su cuerpo, de abrazarla y pegarme a su piel.
Nunca había sentido una obsesión tan febril y desequilibrada.
Ella salió de detrás de la barra, a atender a otros clientes.
Allí sentado en aquel taburete alto, estaba yo, nervioso y desorientado .  ¿Qué se  supone que ha de hacer uno  en estas circunstancias?
¿Y qué era de aquella muchacha hostil y estúpida de la última vez,  cuando le pregunté alguna cosa?
No era una novedad en mí el deseo, hace muchos años esa ansiedad inundó mi mente durante mucho tiempo,  pero fui capaz de soportarla sin atenderla, no deseaba vivir ligado a nadie ni a nada,  aprendí a despegarme del deseo, a desentenderme de las pasiones humanas más comunes.
Mi casa hoy está vacía, mi vida igual que mi casa;  es un espacio sin contenido,  existencia tan sólo sin pasión ni deseos, sin lugar concreto a donde ir.
El desapego me privó de la voluntad, mi existencia minimalista no precisaba otra cosa.
Pero en ese momento, sentado en aquella barra de bar,  me sentía roto.
Aquel maldito vino, aquellos ojos de Ashar,  que con seguridad jugaban y se divertían a mi costa.
Odiosa muchacha. ¿Qué pretendía con ese juego?.
Al regresar Ashar a la barra, se detuvo detrás de mí.
—¿Estás bien?
—Si— respondí con tono malhumorado.
—No, no lo estás — ella seguía mostrándose amable, puso sus manos en mi espalda.
—No te muevas —me dijo —, estas muy tenso—.
—Será el vino.
—No, no lo es — sus manos tocaron mi espalda y paseaban por ella, —no quiero que te muevas.
—He de irme.
Pero ella completó sus caricias con un abrazo, podía sentir su cuerpo pegado a mi espalda y sus manos aferrándose a mi pecho.
Me sentí sofocado y dubitativo, en lugar de girarme y optar por irme o abrazarla, estaba quieto y desconcertado.
—Te daré lo que deseas —me dijo.
Ni siquiera pensaba  en el resto de clientes, que estarían observando aquello;  pero con seguridad,  estarían indiferentes a lo que allí ocurría.
—Tú no sabes lo que yo deseo —le dije mientras tomaba un nuevo sorbo de aquel vino.
—Sí que lo sé.
—No, he de irme —contesté tajante.
Ella me soltó y se apartó, dejándome el espacio necesario, para poder ponerme en pie y salir tambaleandome del local.
Al salir miré a La Señora,  ella me miró apenas un segundo, luego desvió su mirada hacia Ashar.
Pero no me fijé en más detalles, necesitaba salir de allí.
Estaba equivocado,  porque ella si sabía lo que yo deseaba.
Vivir el arrebato del deseo, dejarme poseer por el goce de perseguir un anhelo...
Ella, como si de un ejército que poderoso,  hubiera asaltado  mis lineas defensivas  dejándolas  destrozadas  y exiguas,  me dejó huir, sabedora de que su presa iba  herida sin remedio y que buscaría la cura,  precisamente,  en sus propios brazos.
Durante las semanas siguientes,  viví recordando aquel día y tocando mi herida siempre abierta, sin ser capaz de cicatrizarla, porque mi atención y mi voluntad eran para ella. Ashar.
El trabajo se me hizo imposible,  eché en falta tener vida social, amigos  con quien poder compartir momentos de pequeños e inocentes placeres  que desviaran mi atención de aquella obsesiva presencia, deseé haber cultivado alguna actividad de ocio personal.
El vacío del que yo mismo me rodeé, cultivado voluntariamente y con esmero, era ahora un aliado del monstruo que Ashar había despertado en mí.
Mi casa perdió el orden acostumbrado,  salía ansiosamente a las calles a buscar otros brazos, aunque fuera pagándolos.
Pero otros ojos mercenarios no saciaban mi deseo y me consumía   inútilmente;  el tacto de Ashar no era imitable,  no se trataba de roce de cuerpos,  era algo más profundo e intenso,  necesitaba que hubiera algo más y yo no sabía identificarlo.
Dejé el trabajo,  incapaz de someterme al rigor del esfuerzo y la concentración,   levantarme de la cama por las mañanas,  empezó a requerir un esfuerzo titánico.
Y una  mañana me miré en el espejo y vi a un espectro;  admití mi derrota y decidí regresar a la taberna.
Me sentía aliviado durante el trayecto, al llegar aparqué mi vehículo y miré el edificio.
Yo ahora no era aquel que lo visitó la última vez,  ahora buscaba su amparo;  en aquel lugar buscaría sanación a mi dolor.
 Recordé las palabras que me dijo aquel otro cliente, al inicio de frecuentar este bar.
—Aquí todos nos detenemos porque ya algo nos trae, o nosotros mismos  hemos decidido detenernos.
Ahora era yo  quien se entregaba el amparo de aquella vieja casona,  como si en lugar de ladrillos y piedra, fuera la cabeza disimulada de una bestia depredadora.
Al acercarme a la fachada del edificio, casi podía escuchar la respiración de las paredes.
Ashar no estaba, pregunté por ella al tabernero, pero no me dio respuesta.
Quedé esperándola y no tengo ni idea del tiempo que pasó.
Una de las puertas que comunicaba el bar con el edificio se abrió y  vi salir a Dos Batallas, haciendo señas a otro para que le siguiera.
El tabernero me avisó de que ya era la hora de cerrar,  entró también por aquella puerta y me quedé sólo en el interior,  me sorprendió que el propietario,  tras avisarme del cierre,  no esperara a que yo abandonara el local, quedándome a solas en su interior.
Mi curiosidad me levantó de la silla,  sentía interés por saber adónde habían ido todos.
La puerta estaba abierta, sujeta por un mecanismo  anclado en su parte alta.
Escuchaba las voces,  pero no veía a nadie, porque aparte de la penumbra, la puerta daba a unas escaleras,  por las que habrían descendido todos.
Quise acercarme aún más, pero en  mi deseo de curiosear,  no me di cuenta de que rocé la puerta;  lo suficiente  como para desbloquear el mecanismo que la mantenía abierta, cerrándose tras de mí.
Volví para abrirla pero era imposible,  no había manivela; en su lugar,  una cerradura.
De modo que solo podía esperar allí en la oscuridad o bajar las escaleras e improvisar alguna excusa, en el caso más que probable  de que me preguntaran la razón de mi presencia allí.
Las escaleras conducían a un pasillo alargado y estrecho,  iluminado con dos velas tan solo,  de modo que más que iluminación, había dos referencias luminosas.
Yo avanzaba a través de la oscuridad,  tanteando con las manos las paredes del pasillo, había algunas puertas pero el rumor procedía del fondo.
No sabía qué podría decirles, mi intromisión era imperdonable, esperaba que el pasillo pudiera conducir a otras escaleras a través de las cuales pudiera salir al exterior, pero el pasillo se cerraba al llegar al fondo,  allí mismo,  en donde terminaba el oscuro túnel, estaba la puerta a través de la cual se podían escuchar las voces mezcladas de todos ellos.
Me detuve al llegar, pero la presión de una mano en mi espalda me empujó hacia adelante.
—Abrid —dijo quien estaba tras de mí.
La puerta se abrió y quienquiera que fuese,  me empujó sin violencia hacia adentro.
Temí reproches y enfados por mi presencia en aquel lugar, pero nada de eso ocurrió.
  Se trataba de una cueva cuadrada excavada en la tierra y sin apenas iluminación, tan sólo unas velas;  una en cada pared de la pequeña gruta y dos velas más, una negra y otra blanca, juntas y encima de una gran piedra, junto a la pared del fondo de la estancia.
Entre aquella gran piedra y el resto de personas presentes, había alguien de pequeña estatura, cubierto con una túnica con capucha, dándonos la espalda.
Era una mujer y cuando escuché su voz, la identifiqué inmediatamente.
Era Ashar. Portaba en su mano derecha un bastón con el que golpeaba el suelo, mientras que con una espada en su mano izquierda, apuntaba a cada  vela colocada en las paredes.
Iba girando en el sentido opuesto al de  las agujas del reloj, pronunciando palabras ininteligibles,  cuando su vuelta  alcanzó  los ciento ochenta grados,   vi sus ojos y estaba hermosa;  extraordinariamente hermosa,  dotada de una belleza inefable.
Su cuerpo estaba desnudo,  tan solo  cubierta por la capa de la túnica y la capucha.
No sé si se percató de mi presencia, no sé si en ese momento se dio cuenta de que yo estaba allí. Ella continuó hasta completar una vuelta sobre sí misma con pequeños intervalos de 90 grados,  en los cuales golpeaba el suelo pronunciando palabras que yo no sabría repetir.
Sin habérmelo propuesto,  me había colado en una extraña ceremonia,  hubría querido abandonarla, pero no podía,  no quería llamar más la atención y provocar alguna reacción negativa por parte de alguien, de modo que me quedé allí, esperando a ver cómo se desarrollaba todo.
Pero mi desazón  se vio alterada aún más.
Ashar sacó una paloma de debajo de un paño negro,  la mostró a todos y tras unas frases, puso el ave encima de la piedra y  apuñaló al animal, los plumones de la paloma se tiñeron de rojo, sangre que ella recogió vertiéndola en una copa.

Ashar  mostró a todos la copa con el contenido sangriento y  acercándosela a los labios sorbió de ella.
Luego  se fue acercando a cada uno de los presentes,  dándoles a beber el contenido.
Supe que no podría librarme, que llegaría a mí y que extendería sus brazos,  para ofrecerme  aquel Cáliz de muerte. ¿Podría negarme?  La nausea y el temor, el asco y el miedo me estaban desconcertando demasiado.
Pero también supe  que la tendría a unos pocos centímetros de mí, que me reconocería y me miraría; me miraría, para mayor felicidad mía,  ella me miraría.
Así fue como  llegó a donde yo estaba y ciertamente me reconoció, lo supe inmediatamente, extendió sus brazos y sólo me dijo:
—Bebe.
Tardé algo de tiempo en reaccionar,  porque el asco me impedía coger la copa.
—Bebe— repitió.
No podía defraudarla, bebiendo podría expresarle como de ninguna otra manera,  mi devoción hacia ella.
Saqué  valor  y tomé la copa, ella no la soltaba, de modo que mis manos acercaron a mis labios el borde del recipiente,  cogiendo a la vez las manos de Ashar.
Al soltar la copa,  supe que ya nada sería como antes.
Acabada la ceremonia,  nadie me hizo comentario alguno  acerca de mi presencia allí.
Ya más tranquilo  me disponía a salir junto al resto de asistentes;  pero entonces, una mano por detrás de mí sujetó mi hombro.
El oscuro pasillo se vaciaba, me giré y era ella. Ashar.
No podría narrar la emoción, felicidad y delirio que aquello me produjo, ella era quien me retenía,  sin embargo no supe reacionar, paralizado, solo supe sonreír.
—Ven.
Cogió mi mano y me dejé llevar,  igual que un niño sigue a un adulto que le guía.
—Te dije que te daría lo que buscas,  ¿recuerdas?
—Lo recuerdo.
—Me dijiste que yo no sabía lo que querías, pero estabas equivocado; al final te diste cuenta.
No había reproche en su voz ni altivez alguna, era toda dulzura y comprensión, me guiaba y me miraba, avanzábamos por oscuros pasillos, que de no ser porque ella los conocía, habría sido muy difícil caminar por allí, el suelo no era liso y las paredes  parecían haber sido horadadas a golpe de pico, o bien se trataba de cuevas,  pero eran pasillos estrechos; en cualquier caso  no podía soltarme ni lo deseaba, de las manos de Ashar.
Así que me dejé conducir,  temeroso y entusiasmado a la vez,  sin entender nada pero  dispuesto a aceptarlo todo.
—Ahora no temas-, me dijo.
—Contigo no tengo miedo—, le respondí..
De pronto,  comenzaron a escucharse gemidos penosos y gritos y sentí que como unas manos tocaban mis piernas.
—Si ahora decidieras volver atrás, o sintieras arrepentimiento —me dijo—, quedarías en este túnel para siempre.
—¿Qué es esto?—, le pregunté nervioso.
—Aquellos que sintieron miedo o sentimiento de culpa  al avanzar por estos mismos pasillos—dijo—, sigue avanzando o quedate aquí.
—Quiero seguirte.
Se detuvo, abrió una puerta y me introdujo en una sala  iluminada por cientos de velas.
—¿Te gusta?
—Ni siquiera se dónde estoy ni qué es todo esto—  le dije yo, -pero si tú me has traído hasta aquí, eso es lo único que me importa.
—¿Porque regresaste?
—Tú lo sabes mejor que yo—, contesté.
— Pobrecillo, lo has pasado mal, pero ahora tendrás tu recompensa.
Se puso frente a mí, dejando caer al suelo la túnica que llevaba.
Sus brazos rodearon mi cuello.
No me importaba nada, ni el lugar aquel, ni las cosas que sucedieron, ni quién sería ella y los demás, tan sólo me importaba que ella  rodeaba mi cuello con sus brazos.  Y había sido tan fácil lograrlo. No podría explicar...  la  revolución de emociones, de deseo enloquecido.
—No te muevas— me dijo.
¿Cómo no moverme?,  estaba deseando abrazarla,  abarcarla con mis manos y  perderme en ella para siempre.
Pero ella me quería inmóvil,  desnudó mi cuerpo y arrojó la ropa sobre un grupo de velas, que devoraron el tejido como bocas hambrientas.
—No las necesitarás más—me dijo—, estarás siempre conmigo, ¿no es lo que deseas?
—Solo tengo ese deseo—, contesté.
Ashar se transformó en una bestia lasciva y durante mucho tiempo; una y otra vez,   ella gozó de mí y yo con ella.
Mis músculos se fortalecían con cada beso que me daba,  mi piel se erizaba con el contacto de su piel y cada vez que entraba en ella, me sentía desfallecer, para resucitar con un nuevo beso.
Así pasó mucho tiempo, no sé cuánto, pero cuanto más tiempo pasaba más la deseaba.
—He de irme ahora— dijo.
Así puso el punto final a aquello, me acarició el pelo y se levantó del suelo.
—Volveré,  no temas,   espérame aquí hasta que regrese,  no salgas de aquí por nada y esperame.
 Me dio un beso y la vi marcharse, quedé aquí como ella me dijo y aquí la estoy esperando
Me revuelco por el suelo desesperado, pero espero; gritando su nombre, pero la espero, porque ella volverá y me encontrará entregado y dispuesto para ella.
Aunque cada segundo es un grito de desesperación, cada minuto es una nueva laceración, pero no renunciaré a esperarla el tiempo que ella considere; pero tarda demasiado, demasiado, sí.
—¡Ashar!




 





























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« Última modificación: Marzo 25, 2010, 08:14:50 por altabix » En línea

El sabio puede sentarse en un hormiguero, pero sólo el necio se queda sentado en él.
(Proverbio chino)
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