Irene
Participante avanzado
  
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« : Diciembre 03, 2009, 10:46:40 » |
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AÑORANZAS
No podía concebirlo. Aquello supuso el final de un sueño: el de mi infancia. Era muy niña cuando vi cómo el sol de una baranda se deshacía en mi retina, mientras mi boca saboreaba el queso duro del terrazo. Todo era inmenso, hasta la música de los periquitos del patio. Un palacio encantado me acunaba a través de peldaños hacia una estancia sencilla. En ella, el crujido de las sillas se mezclaba con el calor del picón junto a unas retahílas de ríos y tablas de multiplicar. Se punteaban letras y números en una sábana negra llamada pizarra. El suplicio comenzaba por la tarde: tela, aguja e hilo enredaban mis dedos. Entonces me acoplaba en la ventana para observar la destartalada casa de enfrente. Allí, fantasmas y monstruos intentaban asaltar el palacio de nuestras ninfas. Un día consiguieron extender su manto putrefacto. El brillo de nuestra mansión fue sustituido por inverosímiles cotilleos que condujeron a nuestras dos hadas a perder la vara mágica de la enseñanza, y a nosotros a embutirnos en el laberinto frío y oscuro de nuestra nueva escuela.
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