¿Quién rige la mirada triangular,
la flecha agonizante de la Historia?
Me aúpo al esplendor de un beso triste,
sentencia rubricando mi derrota.
Mas nunca los celestes resplandores
(destellos de infelices tiranías)
insuflan libertad a mis poemas
ni copian el color de una sonrisa.
Ansío ser crepúsculo y retoño,
esquema en el coral, luna creciente;
errante mariposa del silencio,
perfume embalsamado, soplo verde.
Sin rumbo ni arcabuz, sin alidada
marcándome la ruta del martirio.
Caricia de mi piel, la flor de lis;
por meta vertical, amable sino.
Sendero contraluz donde confluyen
bengalas y burbujas del ocaso.
Retreta del ayer, sonidos grises,
conquista de bemoles incendiarios.
No busco sederías matinales
ni amor en los confines del recuerdo.
Si acaso una terneza de la noche
para olvidar el flujo de sus ecos.
Sin luz, cuando el dolor se desvanezca
en el discurso loco de mi nada,
perfilaré de nuevo otra aventura:
mudarme a una caverna solitaria.
Será, por fin, el último refugio
de un ser desconsolado entre las rejas
de sueños pervertidos, sin caricias
ni cantos de abedul a su conciencia.
Así quiero finar, como las flores:
secas ramas, memoria del estambre;
ocultos los pistilos en el cáliz,
sedientas de color mis pleamares.
augustus