ojaldeb
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« : Noviembre 13, 2009, 06:32:56 » |
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¡Dios!, ¿podría ella, una mujer mayor, seguir viviendo? ¡Ojalá fueran estas sus últimas bocanadas de aire! Sin aire todo se acaba, ya no se puede recordar. Respira profundamente, a pesar del sofoco la idea le sigue dando miedo.
El otro ahora no cuenta, ha ido al váter a aligerar su próstata.
Ella espera desnuda, tumbada en el desordenado catre del solterón. Le resulta doloroso recordar que hace apenas unos instantes el otro, casi un desconocido, frente a la enmohecida luna de un viejo guardarropa, la restregaba por detrás. Las carnes flácidas de la mujer, que aún tiemblan, entonces se arrebolaron de excitación.
¿Era aquél cuerpo de la luna el suyo, o lo estuvo soñando?
¡Dios!, ¿qué había hecho, y su marido?
Pero, hace un rato, ni su alma ni sus carnes se hicieron preguntas, y, aunque sintió como el tipo, con cierta violencia, se abría paso hacia su interior, a través de sus nalgas, a pesar de que le dolía, ella no pudo dejar de recular, reculó y reculó hasta casi las puertas de su primer orgasmo.
Eso, que poco antes fue su gloria, era ahora su infierno.
¿Podría vivir recordándolo, podría, después de tantos años de matrimonio, volver a mirar a su marido, cara a cara, podría…?
Mientras, el otro volvía del váter y se tumbaba a su lado, viéndola al borde de la lágrima, viejo demonio habituado a romper cruces, la empezó a acariciar vientre abajo y, con voz de barítono, la susurró al oído: venga, ahora te toca a ti.
Y ella se abrió de par en par, no pudo decir que no, ni quiso.
Pero, ¿por qué en manos de su marido nunca se sintió dispuesta, por qué nunca antes pudo acabar, podría ahora, tan mayor…?
¡Dios, sí que podía!
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