El tonto
Por la calle principal del pueblo llega el Tonto. Es como un gigante greñudo o un oso vestido de harapos. Camina retorciendo los pies, encorva la espalda y babea, viene diciendo:
—Bu, bu, bu.
Detrás de él, encima de unos cerros, se ven unos nubarrones.
Sentados en uno de los bancos de la plaza hay tres viejos, el de la izquierda mira hacia donde viene el Tonto y dice:
—Mirad, ya viene el joven ése.
— ¿Qué? —dice el de la derecha.
—Allí, Quirino, allí.
—Ah, sí, vaya unas pintas que trae el asqueroso.
—Pobre Rebujo —dice el del centro.
— ¿Rebujo?... —dice Quirino— ¡Tonto, Tonto a secas!
— ¿Adónde irá?
—¡Adónde va ir a el piojoso! A hurgar en algún cubo de basura.
Tamizado por el vapor de agua de las nubes, el sol pica.
El Tonto se acerca entre fachadas de cal deslumbrante y ventanas con macetas llenas de geranios. Cerca de la plaza, una puerta grande de madera antigua con un letrero: Tahona.
Alrededor de los tres viejos, unos muchachos, vestidos de futbolistas, no dejan de corretear detrás de un balón, uno mira a la tahona y dice:
—¡Huy, qué bien huele!
—A pan recién hecho —dice uno.
—¡Hum, y a bollos! —Afirma otro—. ¡Venga, centra!
Un crío, con pantaloncito corto y azul y una blusa de color blanco, está sentado en la misma puerta de la tahona.
El viejo de la izquierda, después de guiñar un ojo al de en medio, mira al de la derecha y le dice:
—Quirino, ¿es verdad que estuviste novio con la madre del Tonto, antes que el Tonto naciera?
—¿Yo? ¡Quiá! ¿Estás loco o qué?
—Conocí a esa mujer de vista —dice el del centro—, era tan alta como Rebujo, y guapa...
— ¿Guapa esa puta? —dice Quirino y escupe en el suelo.
El de la izquierda hace otro guiño al del centro y dice:
—Quirino, se oye por ahí que el Tonto podría ser hijo tuyo.
— ¿Quién, ese pordiosero zagal mío?, ¡me cago en la…! Así reviente ese asqueroso, igual que reventó la puta su madre.
Los muchachos futbolistas están de pie al lado de los tres viejos, les escuchan con atención.
Quirino mira hacia el Tonto con los ojos en sangre.
El crío del pantaloncito azul ahora juega, en cuclillas, en medio de la calle, vuelve la cabeza hacia donde viene el Tonto, hace un puchero, se levanta, quiere correr hacia la puerta de la Tahona pero se pisa uno de los cordones de sus zapatos.
—¡Mirad! —dice el viejo de la izquierda—, el nieto de la Remigia se ha asustado del Tonto y se ha caído.
El crío tiene la cara pegada contra los cantos del suelo, llora. Al Tonto aún le quedan unos metros para llegar hasta él, pero acelera su paso renco, va con los brazos extendidos, con las manos abiertas, sin dejar de babear ni de decir:
—Bu, bu, bu.
Una mujer, con un mandil negro y las manos manchadas de harina, sale dando zancadas de la tahona, embiste con el hombro al Tonto y, vista y no vista, vuelve con el niño en brazos, limpiándole la sangre y la tierra de la cara, sin parar de relatar:
—¡Ay! Verás cuando llegue tu madre, verás cómo me la lía, y con razón, en qué mala hora te habré dejado salir solo a la calle, en qué mala hora.
El viejo Quirino mira hacia la mujer y la grita:
—¡Eh, Remigia! El Tonto ha agredido a tu nieto.
El niño sigue llorando.
—No llores mi vida —dice la mujer— ¿Qué te ha hecho ese Tonto asqueroso?
El Tonto se ha parado en medio la calle, babea y mira hacia la mujer con cara de no saber qué pasa.
La mujer, que está justo debajo del letrero de la tahona, se vuelve hacia el Tonto y le grita.
—¡Tonto piojoso, así revientes!
—Di que sí, Remigia —grita Quirino—, algún día ese monstruo hará algo, a tu nietecito o a otro zagal, algo que ya no tenga remedio.
Los otros dos viejos se miran sin decir nada.
—¡Te vas a enterar! —grita la mujer al Tonto, luego mira hacia los tres viejos y les grita—, voy a llamar al cuartelillo, a ver si meten de una vez en la cárcel a este monstruo asqueroso.
La mujer, con el niño aún llorando, pasa dentro de la tahona.
El Tonto hace rato que llegó a la plaza. Primero empezó a hurgar dentro de unos cubos de basura, luego se sentó allí mismo, en el suelo, al lado de los cubos, apoyando la cabeza en sus rodillas.
Quirino, sin levantarse del banco, arquea las cejas, no ha dejado de mirar al Tonto.
Empieza a tronar. El aire se arremolina y trae olor a estiércol .
Los muchachos futbolistas corretean de nuevo, uno da una patada y el balón va hasta los pies del Tonto. El Tonto da un respingo y levanta la cabeza, parece desorientado. Los muchachos le observan de lejos, no se acercan, uno grita:
—¡Eh tú, Tonto, tira el balón!
El Tonto se queda mirando a los chicos mientras se limpia las babas con el antebrazo, luego mira al balón, sonríe divertido, dice:
—Bu, bu, bu.
—¡Asqueroso, piojoso; echa el balón! —grita otro de los muchachos.
Todavía no llueve, pero empieza a oler a tierra mojada.
Los muchachos no paran de insultar al Tonto, de lejos.
El Tonto, sin levantarse, coge el balón y se lo tira a los muchachos. Luego vuelve a apoyar la cabeza entre sus rodillas.
Acaba de llegar el Land Rover de la guardia civil y ha parado enfrente de la Tahona. Sale Remigia. Quirino se levanta del banco y va a reunirse con los guardias y la mujer. Los otros dos viejos y los muchachos se quedan observando la escena desde la plaza. Cuando Quirino llega, tiende la mano a uno de los guardias y dice:
—Hola, cabo.
—Hola, Quirino, qué casualidad, hace menos de un cuarto de hora he hablado con su hermano, hoy está de oficial de guardia en el cuartel.
Quirino habla con el cabo y no deja de señalar con todo su brazo derecho y su índice, extendidos, hacia donde se encuentra el Tonto. El guardia escucha asintiendo con la cabeza, de repente se echa mano a la cara y mira al cielo, dice:
—Pues no hay más que hablar, Quirino, vamos, antes de que empiece a descargar agua.
Los guardias llegan al lado del Tonto, que sigue sentado, y empiezan a hablarle en voz alta. El Tonto levanta la cabeza y, sin dejar de babear, mira hacia arriba como adormilado. Los guardias le hacen señas con las manos para que se levante; cuando está de pie, para que junte las muñecas; después de esposarle para que ande. El Tonto obedece a todo sin rechistar, ahora camina delante, los guardias y Quirino le siguen de cerca. Cuando el grupo llega a la altura de Remigia el cabo dice:
—Señora, ¿y el crío?
La mujer señala con el dedo hacia dentro de la tahona.
—Dentro, mi chica le está curando.
— ¿Se ha hecho mucho?
—Una buena brecha.
— ¿Quiere que le llevemos al médico?
— ¡Quiá! Mi chica ha dicho que ella se encarga.
—Bien, pues vaya dentro, si la necesitamos ya la llamaremos.
—Vale.
Los guardias, el Tonto y el viejo Quirino, se marchan en el Land Rover.
Truena, relampaguea, empiezan a caer unas gotas gordas y enseguida a diluviar.
Los muchachos vestidos de futbolistas corren, uno de ellos lleva el balón bajo el brazo, van diciéndose entre ellos:
—Ojalá metan a ese Tonto cabrón en la cárcel.
—Sí, y que no salga nunca —dice otro muchacho.
—Ojalá —dice un tercero—. El Tonto es peligroso, a mí me da mucho susto.
Los muchachos desaparecen por un callejón.
Los otros dos viejos ya están a cobijo en la entrada de la taberna, uno le dice al otro:
—Rebujo no agredió al niño de la Remigia.
—Ya, ya lo sé.
—Y no es malo, no se mete con nadie; es tonto, sólo.
—Ya, ya, pero Quirino está bien relacionado, y si uno le lleva la contraria…
—Sobre todo en lo tocante a Rebujo…
—Eso. Y yo no quiero líos.
—Pero Rebujo no ha hecho nada, y lo más seguro es que le encierren.
—Míralo por el lado bueno: encerrado le darán de comer todos los días.
— ¿Y qué libertad es esa?
— ¿Que qué libertad? ¡La del Tonto! Anda, no le des más vueltas y vamos dentro, te pago un café.
—Pero...
—Pero nada, anda, vamos.
—Pobre Rebujo. En fin, vamos, la copa corre de mi cuenta. ¡Joder, vaya trueno!
—¡Y cómo llueve! Parece que se va a acabar el mundo.