Erial
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« : Agosto 20, 2009, 07:31:10 » |
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Tres vueltas de llave
De ella apenas conocía su silueta, lo poco que dejaban traspasar los visillos de su ventana. Siempre la imaginé triste, deambulando, sumida en sus pensamientos; tal vez la música que día tras día junto con alguna trasnochada tarde llegaba desde su apartamento, me hacia percibirla así.
Un eterno Sabina cantaba desgarrado. Creía poder reconocerla en cualquier parte. En numerosas ocasiones había fantaseado con un encuentro casual con ella. Ya saben, un cruce de miradas, un imprevisto roce en el ascensor. Cuarto C, A. García, esto era lo único que se leía en su buzón, Amalia, Alicia, Alma, Aurora, Arabela... yo seguía especulando con su nombre; Alma; para mí sería Alma.
Me acostumbré a llegar pronto a casa, intentando no hacer ruido, todos mis sentidos permanecían alerta a cualquier sonido que procediera de su estancia. Escuchaba cómo Alma abría la cerradura, tres vueltas de llave, y un sigiloso cerrar, dos pasos y el bolso aterrizaba en el sofá; casi al mismo tiempo Sabina cantaba “ llegas demasiado tarde, princesa” y así era: tarde a mi vida. Alma y yo teníamos un horario parecido. Si hasta ese momento no habíamos coincidido al salir por las mañanas, era sobretodo porque yo retrasaba mi salida hasta que ella cerraba su puerta, tres vueltas de llave, y yo exhalaba un suspiro detrás de la mía, preparado para salir.
Pasaría todo el día esperando llegar a casa. Aguantando la murga de unos y otros, los cuchicheos a mi espalda, para ellos yo era el raro, el que no hablaba, no contaba nada sobre su vida anterior. No tenía ninguna intención de trabar algún tipo de relación con ellos, aparte de la necesaria para desempeñar el trabajo. Solamente con el de contabilidad parecía estar más en sintonía. Como un acuerdo tácito, compartíamos mesa durante el almuerzo, él se enfrascaba en su periódico y yo en el mío. Bastaba con unos buenos días, y media sonrisa.
Abstraído como andaba, no me di cuenta de que el contable realizaba el camino de vuelta a casa unos metros detrás de mí. Tampoco sé qué lo alentó aquel día a alcanzarme, a seguir caminando a mi lado sonriente y dicharachero; durante dos años sólo habíamos cruzado los buenos días y poco más. Persistía en su camino a mi lado, yo, enojado, apretaba el paso, y él seguía, bla..bla..bla. Bruscamente, me detuve delante del portal, a la vez que, atónito, veía cómo el contable, sonriente, sacaba un llavero del bolsillo, y dirigiéndose a mí decía; Cuarto C , ya sabes dónde tienes tu casa.
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