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Ricard. In memoriam, 7 de agosto de 2009.
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Autor Tema: Padre en apuros  (Leído 2995 veces)
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Alpha_Centaury
Visitante
« : Agosto 18, 2009, 12:55:53 »

PADRE EN APUROS

Cuatro gorilones ribeteaban la puerta. ¿A qué tanta seguridad si sólo es una discoteca de serpientes emplumadas?, me preguntaba.

Jamás había pisado un sitio así. No por nada, sino porque no. Casi huí ante la visión del jugador de baloncesto metido a travesti; hay que tener huevos (¡!) para calzarse unos tacones de “chúpame la punta” de, al menos, 20 centímetros y ceñirse un vestido de lagarterana y una peluca con vuelo, amén de las capas de Titanlux.

Por lo demás, a primera penumbra, era un lugar normal, sólo que los hombres estaban con otros hombres, plumeando, y las mujeres con otras mujeres, bolleando, a excepción de una pareja que, imagino, era de adúlteros heterosexuales escondiéndose de entornos más comedidos en un lugar al que nadie iría a buscarles.

¿Por qué entré? Pasó lo propio, yo vivía feliz en mi mundo; un mundo en el que los hombres se ponían arriba, las mujeres abajo, la familia es una institución respetable de padre, madre, hijos, mascota y televisor; cada cual con sus roles aprendidos, sin posibilidad de equivocarse… y tal, todo en orden, hasta que un día mi dulce niña de 14 años me dijo: “Papito, soy como Safo”, “¿poetisa?”, “no, ¡lesbiana!”. ***

En rigor fue una declaración menos culta, sólo tenía 14 años  y será de ciencias, pero intento imprimirle una sonrisa a mis memorias. Pensad que ella se quedó tan a gusto después de la típica escenita de “no te preocupes, hija mía, te queremos igual”, lágrimas, besos, lágrimas… pero yo casi me caigo redondo al suelo, no sabía dónde meterme. Del pobrecito e intolerante padre nadie se apiada. Nadie.

Consulté amigos, foros, programas radiofónicos de alta madrugada, todos me decían lo mismo: has de abrir la mente, eres de otra época, fórmate, sal más a la calle, no temas comentar el tema con tu hija, la homosexualidad está en la naturaleza... ¡Puaf!

Me informé tanto que me saturé. Incluso llegué a violar su derecho a la intimidad, revisando sus conversaciones guardadas. Ojalá no las hubiera leído, tuve que ver cómo le comentaba amenamente a una amiga que “a Julia nunca se lo podré decir, temo que me rechace, es intolerante y, además, sería capaz de entrarme con preguntas morbosas sobre cómo me lo monto con mi chica, pero con Maite es distinto, porque aunque también pide detalles íntimos los pide por curiosa, de buen rollito, sin malicia, son cosas que se notan”.

Y así acabé metido en ese antro a esas horas. Mientras caminaba hacia allá sentía que todo el barrio me miraba de reojo, como si estuviera a punto de cambiarme de acera sólo con entrar ahí. Los que más pasaron de mí fueron los homos, más entretenidos en provocarse unos a otros que en criticar a ese marciano cincuentón.

Quiero destacar que las puertas de los baños estaban pintadas con los colores del arco iris… Sin comentarios.

Apenas entré, volví a salir. Asumí que hay cosas a las que uno no podrá acostumbrarse y ni siquiera podrá entenderlas, que no es bueno para los padres saberlo todo y que, más allá de categorías y barreras generacionales, soy su padre y la quiero.

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